Mayo pandémico: utopías delirantes y voracidad extractivista

En el actual escenario pandémico, muchxs desean mirar por su ventana un horizonte optimista, donde a pesar de estar el ser humano en un peligro latente de enfermar y morir, hay algo positivo: Se le está dando un “respiro a la naturaleza”. Seguramente la ventana por donde están mirando no está en Quintero (Chile) donde hace unos días se declaró preemergencia y alerta ambiental por dióxido de azufre, o en los diversos territorios de sacrificio bajo dominio del Estado empresarial chileno.

Incluso si la mirada se acerca a otros territorios en Perú, Bolivia, Argentina, México, etc., podemos afirmar que tal “respiro” no es más que una falacia antropocéntrica. Durante estos meses de cuarentena, confinamiento, estados de excepción, restricciones y distanciamiento, el extractivismo no ha tenido ni un día de “confinamiento”. El extractivismo no se ha tomado un descanso para dejar de explotar y así dar un “respiro a la naturaleza”. No existe tal descanso extractivista.

Mediante una búsqueda rápida en internet podrán leer noticias tales como: a) Derrame de 15 mil barriles de petróleo y combustible en la Amazonía ecuatoriana, provocando la contaminación de tres ríos y con ello sumando una nueva crisis en esos territorios; b) La depredación de la Amazonía en Bolivia bajo la avanzada de los grupos económicos ligados al agronegocio y la ganadería extensiva.

 A la ferocidad de los incendios provocados por la necesidad del desmonte en la Chiquitania y el Beni (en Bolivia), se suma la aprobación a fines del año pasado del Plan de Usos de Suelos del Beni (PLUS Beni) que legitima incluso la depredación de las áreas protegidas y la precarización de otras actividades productivas como la castaña y todos los impactos que ello conlleva en las comunidades indígenas de tierras bajas;

  1. c) Explotaciones mineras son uno de los focos de contagio del COVID19 en Perú, hasta el momento más de 200 casos informados (si consideramos la minería informal esto sería exponencialmente mayor). Explotaciones como Antamina (Haraz), Minera Bateas y Cerro Verde (Arequipa), Tika Resources y Nexa Resources (Pasco), Hudbay Minerals (Cusco), Antapacay (Cusco), entre otras, no se han detenido ni un día
  2. d) En Esquel (provincia de Chubut, Argentina) vecinxs se movilizaron contra la firma de acuerdo entre Yamana Gold y el grupo Elztain para reactivar el proyecto Suyai (anteriormente un proyecto de Meridian Gold)
  3. d) En México, el polémico “Tren Maya” sigue su curso, recientemente, el pasado 4 de mayo de 2020 se han adjudicado los contratos de limpieza o desmonte de las secciones o tramos por donde se habilitará el paso ferroviario.

En el caso de Chile, la noticia de preemergencia y alerta ambiental en Quintero es un hecho concreto que evidencia que el extractivismo no entra en la lógica del confinamiento (ni cuarentenas, ni toques de queda, ni controles sanitarios). Mientras el tránsito de personas se ha detenido y/o restringido, mineras como Collahuasi, por ejemplo, contratan servicios de chárterprivados para trasladar a sus “colaboradores” (la nueva categoría empresarial para nombrar el subcontrato).

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En Wallmapu, el territorio más afectado por la expansión del virus, forestal Arauco anuncia una inyección de 700 millones de dólares para asegurar el desarrollo del cuestionado proyecto MAPA, con el que ampliará sus operaciones, a la vez que nuevos proyectos de energías renovables no convencionales como el Parque Eólico Ovejera Sur, camufla de ‘verde’ una nueva avanzada colonizadora del mundo williche.

Se han cerrado las fronteras para el tránsito de personas, pero no los lugares por donde transita la mercancía de exportación e importación. Los puertos, aquel engranaje que encadena lo local a lo global, quizás no con el mismo dinamismo, pero siguen funcionando. En lo concreto, podemos ver que las góndolas de los supermercados se reponen más rápido que cuando no teníamos un virus acechando la humanidad. Mientras todos los días se forman filas de personas ansiosas de entrar al supermercado, vemos como frente a nuestras mascarillas llegan uno tras otro los camiones que abastecen el “super” y las farmacias. En las cadenas del retail, los precios de las mercancías suben su “valor” (mas no el sueldo de sus trabajadoras/es o “colaboradorxs”) y ya no hay chorreo de mercancías llamadas “grandes ofertas”.

Si seguimos la lógica del “respiro”, quizás debamos pensar que este puede ser el último, dada la probabilidad de que los planes detrás de la instalación del terror de la “recesión” o la “crisis económica”, comience a avizorar un nuevo ciclo extractivista. Como se ha posicionado desde los discursos oficiales del gobierno de Sebastián Piñera, el pasado 01 de mayo de 2020, se vienen “tiempos duros” y habrá que “apretarse el cinturón”, pues el desempleo ya es el principal impacto de la crisis sanitaria, lo que queda es la esperanza en la reactivación de la economía chilena.

Es probable que proyectos extractivistas paralizados o cuestionados en términos ambientales sean hoy reactivados sin ningún cuestionamiento. La reactivación neoliberal requiere que su Estado le dé las garantías necesarias para generar empleos precarios y consumismo; por supuesto el COVID19 presenta un escenario propicio para legitimar el extractivismo como la única salida posible a la “crisis económica”.

La gran paradoja en Chile es que la crisis, no tan sólo a raíz de la pandemia, sino también por la revuelta social, en alguna medida ha cuestionado las relaciones de producción capitalista que generan una devastación de los territorios y sus medios de vida. En amplios sectores críticos ya es sentido común afirmar que el virus de muerte es la sociedad capitalista. En esta perspectiva, el COVID19 vendría a reafirmar que hay una crisis civilizatoria que se despliega en diversos ámbitos: Climáticos, ecológicos, energéticos, alimentarios, económico-financieros y hoy sanitarios.

En consecuencia, habría que desmantelar tales estructuras de dominación que devastan la vida. Este parece un camino de reflexividad critica que muchas y muchos comparten, sin embargo, en la actual incertidumbre pandémica no se logra vislumbrar entre quienes se declaran “sectores críticos” posiciones que salgan de las trampas de una interpelación permanente a la figura del Estado (como si en algún momento de nuestra memoria corta el Estado se hubiese acercado a lo que se denomina “bienestar”) como la única forma de organización de la vida política capaz de dar seguridad ante momentos de incertidumbre.

Es claro que el Estado ejerce un monopolio de la vida política, a través de la violencia y el control, pero no es la única forma de organización de la vida política. Eso sería desconocer que el fantasma que recorre Abya Yala no es el comunismo sino la autonomía territorial.

En el caso de Chile, el Estado neoliberal en ningún momento de su corta historia ha garantizado las condiciones de vida digna para la población, menos aún en momentos de crisis sanitaria. Evidentemente los impactos de la pandemia expresan la profunda “inseguridad social” en que sobrevive la sociedad neoliberal chilena; cuestiones como la precariedad o mayor flexibilidad laboral, el endeudamiento y el acceso al consumo, devastan la vida de aquellos sectores que la tecnocracia economicista ha traducido como la creciente “clase media”, que no es más que un eufemismo para llamar a los pobres que compran en el mall.

Más allá del caso chileno, es importante para pensar los cambios o la transformación de la sociedad capitalista evidenciar las certezas que hoy se caen. No es cierto que la ciencia tiene todas las respuestas; no es cierto que el crecimiento económico nos hará iguales; no es cierto que los Estados están para garantizar derechos que sostengan la justicia social; no es cierto que la propiedad privada no dará seguridad material; no es cierto que el consumo es señal de ascenso social; no es cierto que la ciudad es un lugar mejor donde vivir.

Todas esas certezas nos hicieron bloquear la memoria larga de otros tiempos históricos, donde la agricultura no es atraso o pasado, donde recuperar el agua no es un discurso pachamamico, donde defender el territorio no es terrorismo, y donde la autonomía territorial no es sólo una utopía.

Quienes vivimos en permanente crisis y precariedad en la sociedad neoliberal chilena y se sienten a la deriva en sus ciudades, pues deberían abandonar la ciudad neoliberal y dar la espalda a todas sus promesas rotas. Aquellxs sin trabajo y sin techo debieran recuperar los valles, habitar las cuencas y liberar las aguas para cultivar comida; ocupar los extensos desiertos verdes que hoy explota la agroindustria y recuperar el tiempo cíclico de las sociedades agrarias.

Finalmente, la provocación es abandonar los mitos del capitalismo más brutal y sus reinvenciones benévolas como los sueños de progreso y desarrollo. En lo concreto, en el Chile neoliberal, es reconocer que las AFP (Administradora de Fondos de Pensiones) nos robaron y nunca redistribuirán sus suntuosas ganancias, pues el Estado sólo tiene garantías para el empresariado, y los bonos son miseria y humillación. Seguir interpelando al Estado empresarial para que sean los grupos económicos quienes “donen” alcohol gel y ventiladores mecánicos para “proteger” a los pueblos explotados es la expresión de un pensamiento crítico que sigue atrapado en las trampas mesiánicas del Estado neoliberal.

En este punto, es relevante discutir el rol de pensamiento crítico radical, no banalizado ni farandulizado, en tiempos de pandemia. Está interpelación es para ampliar la discusión más allá de la síntesis de que el “virus es el capitalismo”, consigna difundida como un meme con miles de “like” en redes sociales. Es la necesidad de un pensamiento crítico que esté produciendo provocaciones discursivas que rompan la estructura capitalista y su capacidad de “reinventarse”. 

Una cuestión ineludible es que la estructura del capitalismo no está en crisis. De todas las crisis (bélicas, económicas, ecológicas o sanitarias) el capitalismo sale fortalecido, incluso se convierten en momentos propicios para un nuevo “ajuste espacio-temporal” del capital global. Una certeza hoy es que cuando pase el momento de “incertidumbre pandémica” un nuevo ciclo extractivista se abre en Abya Yala.

Esta relación colonial del extractivismo en Abya Yala nos recuerda el lugar de estos territorios en el sistema-mundo: El lugar donde se expande con más brutalidad el capital. Hoy la expansión y letalidad del COVID19 en la región amazónica se convierte en una profecía capitalista.

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Este virus genera hoy las condiciones más óptimas para que una región acechado por el extractivismo extermine a los pueblos indígenas que han resistido a su explotación. La región amazónica será “limpiada” por un virus que nace en nuevos y viejos repertorios de expansión capitalista como lo son la China y su “nueva ruta de la seda”, articulada a la vez a la plataforma IIRSA (Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana) en Sudamérica, que despliega infraestructura que violentamente abre la Amazonía a nuevas rutas para el tránsito del capital.

A modo de cierre y apertura, la crisis aún no toca la estructura de dominación capitalista. La crisis está en la boca, en los estómagos y en la frustración de quienes vivimos en permanente crisis. En los pueblos indígenas despojados de sus territorios y medios de vida; en los sectores populares explotados y subalternizados, y en sus mujeres doblemente invisibilizadas.

Lxs sacrificadxs del capital serán lxs de siempre, entre indios, pobres y subalternos; los mundos de abajo que se cruzan violentamente en una genealogía de opresiones en el sur global. En este escenario, demandar respuestas al Estado neoliberal chileno no es una expresión de pensamiento crítico, sino un mero ejercicio de adaptación y/o reinvención que se produce desde la comodidad de quienes han logrado un status de privilegio en la sociedad neoliberal, status que lxs distancia de las bocas y estómagos de aquéllos a quienes hoy acecha la muerte y el hambre.

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