El pasado 3 de diciembre se congregaron diversas voces y miradas que han sentido y percibido el desplazamiento y el despojo del centro histórico de la ciudad de Oaxaca. Hubo un mosaico de experiencias compartidas. Desde la mujer indígena que ha sido acosada por vender sus artesanías en las calles; la artista callejera que ha usado los muros como denuncia; pasando por las mujeres que buscan resguardar la tradición de las llamadas Chinas Oaxaqueñas; hasta la mirada de la academia y el periodismo.
Este evento no solo ha sido de denuncia y queja contra el turismo. El mosaico de experiencias compartidas, más bien, fue una especie de diagnóstico colectivo sobre el proceso de despojo multifacético, donde la cultura, la vivienda, la economía popular y la identidad misma son mercantilizadas y desplazadas por un capital - nacional y transnacional - que ven la ciudad como un producto de consumo.
La doctora Noelia Ávila proporcionó el andamiaje teórico que sirvió como una especie de radiografía para entender que lo que está ocurriendo en Oaxaca, no es un hecho aislado, sino parte de una lógica global. Explicó que la gentrificación o turistificación es la consecuencia de procesos entrelazados, como la financiarización del suelo. “El centro histórico se ha convertido en un activo de especulación. Un metro cuadrado que costaba 3,000-5,000 pesos en los años 2000, hoy ronda los 30,000. Este es el motor oculto”, de la especulación sobre el espacio, señala la doctora.
La investigadora, quien ha dedicado años en indagar como ha evolucionado el centro de Oaxaca, señala puntualmente a la “patrimonialización” como un proceso que configura el espacio como mercancía. “La declaratoria de Patrimonio de la Humanidad (1987) no fue solo un reconocimiento, sino el inicio de la puesta en valor para el mercado”, advierte la doctora, además, de puntualizar que se “estetiza una identidad estereotipada", basada en lo colonial y a una idea folclorizada de lo indígena, para su consumo turístico.
Ávila también alertó que, lo que se ve en algunas partes del centro histórico, espacios en procesos de degradación, es más bien un proceso intencional y dirigido para la inversión. "Esa degradación no es fortuita", señala, "es intencional porque justifica una regeneración urbana, aumentando eventualmente el valor catastral del suelo", destacó la doctora, asegurando que es así como llegan los capitales privados, fundaciones como la Harp Helú, de la mano con políticas públicas.
La indígena y artesana Juana Inés Hernández, quien ha sido criminalizada y hostigada por vender sus artesanías y por defender uno de los últimos espacios que se administran colectivamente en el centro -la plazuela del Carmen Alto-, desde su cosmovisión zapoteca cuestionó el propio término "espacio público". Para ella, las calles y plazas son "espacios comunes", de uso colectivo y rotativo, como los tianguis que dieron origen a la ciudad.
La artesana, en su participación, se quebró con la preocupación sobre lo que se dejará a las generaciones venideras pues, como pueblos indígenas, la lucha del día a día es más pesada, por todos los escenarios a los que se enfrentan, como el cambio climático, pero también los proyectos de desarrollo que vienen despojando territorios. O el propio turismo, que coloca en el centro de la discusión la disputa por el agua, demandada por el sector hotelero y restaurantero y que, en gran medida, proviene de sus comunidades.
Juana relató cómo la plazuela del Carmen Alto, desde la represión del 2006 -durante el conflicto social y el Estado-, se convirtió en un espacio de resistencia y economía solidaria para artesanos y vendedores, hoy amenazado por desalojos. "Siempre hemos sido marginados, pero hoy cambian las formas".
Señala cómo los portales del Zócalo, antes espacios de descanso y venta popular, ahora son territorio exclusivo para restaurantes, los cuales también hacen uso del espacio público y no se les hostiga como a los artesanos que venden en la calle.
Santiago C., desde su trinchera y sus herramientas de lucha y resistencia que son las calles y el arte, expresa el mismo sentir de Juana y es, desde la doble presión que sufren, primero desde el desplazamiento material y físico. Su taller colectivo en el centro, el cual rentaban en un primer momento en 4 mil pesos y después en 6 mil pesos, fue reclamado para convertirlo en un Airbnb que ahora se renta hasta 25 mil pesos. Su colectiva de mujeres se vio obligada a mudarse a la periferia (Xochimilco), pagando más por menos espacio, dificultando su supervivencia económica
Pero también señala al gobierno por querer cooptar e institucionalizar el arte callejero, una estrategia que han identificado desde el sexenio del gobierno estatal de Gabino Cué, por medio del cobro de permisos para la intervención en muros, burocratizando y controlando la expresión. Peor aún, destaca cómo colectivos son financiados para "tapizar" muros con gráfica que se concibe, por las autoridades, como políticamente correcta, capitalizando las luchas sociales (como el feminismo) y vaciándolas de contenido crítico. "Se están colgando de un tema que nos corresponde a todas", denuncia la artista.
Desde los diferentes matices en que se pinta el despojo y desplazamiento, también resaltaron las tradiciones, como las calendas, que ahora ya se pueden adquirir en paquetes turísticos para bodas, eventos políticos y otros. Anna Santibáñez, una de las pocas mujeres oaxaqueñas que defienden a capa y a espada las tradiciones de las Chinas Oaxaqueñas, no dudó en calificar la venta de estos paquetes como “la prostitución cultural de una tradición”.
Su intervención marcó certeramente la apropiación y vaciamiento de las calendas y de la figura de la China Oaxaqueña, denunciando que, para ello, existen grupos que se autodenominan "organizadores de recorridos", ofertando "bodas estilo Oaxaca" o "graduaciones con calenda", a turistas y locales.
La China Oaxaqueña sentencia que la prostitución se da no solo por el irrisorio pago que reciben las y los jóvenes por “prestar su imagen”, sino que al denigrar la tradición utilizando trajes de baja calidad transportados "en bolsas de basura", vacían completamente el significado religioso y comunitario de la calenda. "Venden su cuerpo sin la necesidad de desvestirse ", dijo la activista cultural.
Anna hizo un llamado tajante a que se deje de consumir estos espectáculos y a que se indague sobre las raíces de las tradiciones, sobre todo para que se conozca su origen, su simbolismo. Invita a que las y los oaxaqueños participen en las verdaderas festividades comunitarias. "Si no valoramos y no conocemos, ¿cómo lo vamos a defender?", señaló

Desde el periodismo independiente-alternativo, como contranarrativa, Francisco Santiago expuso cómo el discurso oficial y mediático hegemónico construye un relato que justifica el despojo y coloca a Oaxaca como una “marca” para el turismo, que debe ofrecerse limpia y homogénea al turismo global.
Detrás del "embellecimiento", señala el periodista, hay precariedad, servicios públicos colapsados y una limpieza social que se aplica como política pública. Incluso, fue más allá del turismo, señalando que en el centro confluyen capitales inmobiliarios de unas pocas familias e, incluso, del crimen organizado invertido en hoteles y restaurantes, lo que agrava la disputa y la violencia, mientras se agudiza la especulación.
Durante el intercambio de experiencias, convocado por Avispa Mídia y Raices-AC, surgieron propuestas desde el público participante, por ejemplo, de cambiar el lenguaje, que se deje de hablar en "patrimonio", que trae una carga paternalista, y se recupere el concepto de "lo común", que incluye no solo a las comunidades humanas, sino al agua, el aire y la tierra.
También estuvo la propuesta de no consumo de los servicios que fomentan el despojo. No rentar Airbnb, no consumir en negocios que desplazan economías locales, no contratar "calendas para bodas".
Como plantearon Anna y Juana, es vital investigar, conocer y practicar las tradiciones auténticas, y transmitir ese conocimiento a las nuevas generaciones para crear arraigo y defensa crítica.
Otra voz desde el público insistió en que la respuesta debe ser colectiva, asamblearia, tejiendo redes entre afectados: artistas, vendedores, vecinos, portadores de cultura.
La doctora Charlynne Curiel, moderadora de este conversatorio, cerró con un recordatorio crucial: se debe disputar la agenda política. Es necesario exigir regulaciones estrictas al mercado inmobiliario y turístico (leyes que limiten los Airbnb, impuestos a viviendas vacías), inversión en servicios para los habitantes permanentes y un modelo económico que no hipoteque la ciudad a un turismo depredador.
El diagnóstico es claro: el centro histórico de Oaxaca está siendo convertido en un "espacio genérico, un espacio fachada", como lo definió Noelia Ávila. Un parque temático donde se consume una “identidad domesticada”, mientras se expulsa a quienes le dan vida. La turistificación es el resultado de un proceso de despojo más complejo que beneficia a élites económicas y políticas - locales, nacionales e internacionales.
La fuerza del conversatorio residió en demostrar que la resistencia es plural. Está en la canasta de la China Oaxaqueña que baila por fe, en el grabado feminista pegado en la noche, en el puesto de artesanía que defiende centímetros de banqueta, en el reportaje que destapa los hilos del poder. La disputa del espacio es, en última instancia, la disputa por el derecho a existir, a vivir y no solo a sobrevivir, en una ciudad que se resiste a dejar de ser común para convertirse en mercancía.
Puedes consultar el conversatorio completo a continuación:


