La seguridad de la población no es un asunto que preocupe a los políticos. La seguridad de los privilegiados, de los ricos, del sector empresario, de los fabricantes de armas, sí lo es, pero no la del resto de nosotros.
Por David Barsamian para JACOBIN
Con noventa y tres años, Noam Chomsky todavía comparte su conocimiento y su sabiduría con una generación más joven de militantes de izquierda. En esta nueva entrevista, habla de las hipocresías del imperio estadounidense y de por qué realmente resulta indispensable reducir inmediatamente el enorme presupuesto militar para construir una sociedad decente. Transcribimos esta última conversación que tuvo con David Barsamian de Alternative Radio, publicada antes en TomDispatch.
—Entremos de lleno en la pesadilla más obvia del momento, la guerra en Ucrania y sus consecuencias a nivel mundial. Pero antes, definamos un poco el trasfondo de este conflicto. Empecemos con la afirmación que hizo el presidente George H. W. Bush ante Mikhail Gorbachov, que entonces estaba a la cabeza de la Unión Soviética, de que la OTAN no avanzaría ni un centímetro hacia el este. Esa promesa se cumplió. Ahora bien, ¿por qué Gorbachov no exigió un compromiso formal?
—Aceptó un pacto de caballeros, que no es tan inusual en la diplomacia. Un apretón de manos. Además, que el compromiso hubiese quedado formalizado por escrito no habría cambiado en nada la situación. Los tratados formales también se rompen todo el tiempo. Lo que importa es la buena fe. Y, de hecho, H. W. Bush, el primer Bush, honró el acuerdo explícitamente. Incluso estableció una sociedad pacífica que atemperó los países de Eurasia. La OTAN no se disolvió, pero fue marginada. Se permitió que países como Tayikistán, por ejemplo, se unieran a la OTAN sin necesidad de formalizar sus ingresos. Y Gorbachov lo aprobó. Pensaba que todo esto representaría un paso hacia la creación de lo que denominaba una patria europea común sin alianzas militares.
Durante los primeros años de su mandato, Bill Clinton también adhirió a este acuerdo. Los especialistas dicen que Clinton empezó a tener un doble discurso a partir de 1994. A los rusos les decía: “Sí, vamos a adherir al acuerdo”. A la comunidad polaca de los Estados Unidos y a otras minorías étnicas les decía: “No se preocupen, los incorporaremos a la OTAN”. Entre 1996 y 1997, Clinton le dijo estas cosas bastante explícitamente a su amigo Boris Yeltsin, presidente de Rusia al que había ayudado a ganar las elecciones de 1996. Le dijo: “No presiones mucho con este tema de la OTAN. Vamos a expandirnos, pero lo necesito por el voto étnico de los Estados Unidos”.
En 1997, Clinton invitó a los países del denominado Grupo de Visegrado —Hungría, Checoslovaquia, Rumania— a unirse a la OTAN. Los rusos no estaban cómodos con el tema, pero no hicieron ningún escándalo. Entonces, los países bálticos se unieron… Otra vez lo mismo. En 2008, el segundo Bush, bastante distinto del primero, invitó a Georgia y a Ucrania a ingresar a la OTAN. Todos los diplomáticos estadounidenses comprendían bien que Georgia y Ucrania eran las líneas rojas de Rusia. Son capaces de tolerar la expansión a cualquier otra parte, pero no a estos territorios que forman parte de su centro geoestratégico. La historia sigue con el Euromaidán de 2014, que derrocó al presidente prorruso y desplazó la mira de Ucrania hacia Occidente.
Desde 2014, los Estados Unidos y la OTAN empezaron a enviar armamento a Ucrania… Armas modernas, entrenamiento militar, ensayos militares conjuntos y operativos para integrar a Ucrania en el comando militar de la OTAN. Nada de esto es secreto. Es una política bastante explícita. Hace poco, Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, hizo alarde de esta campaña. Dijo: “Es lo que venimos haciendo desde 2014”. Por supuesto que lo dice conscientemente y con el fin de provocar. Sabían que estaban comprometiéndose en una movida que cualquier mandatario ruso consideraría como intolerable. En 2008, Francia y Alemania habían vetado esta política, pero la presión de Estados Unidos mantuvo el tema en agenda. Y la OTAN, es decir, los Estados Unidos, empezó a operar con el fin de acelerar la integración de hecho de Ucrania al comando militar de la OTAN.
En 2019, Volodymyr Zelensky resultó electo por una mayoría abrumadora —creo que obtuvo el 70% de los votos— con una plataforma de paz, con un plan para garantizar la paz con Ucrania del Este y con Rusia, es decir, con el objetivo de resolver el problema. Empezó a avanzar y, de hecho, intentó dirigirse hacia el Donbas para implementar lo que se denomina el acuerdo Minsk II. Esto habría implicado un tipo de federalización de Ucrania mediante el otorgamiento de cierto grado de autonomía al Donbas, que es lo que querían sus habitantes. Algo similar a lo que sucede con Suiza o con Bélgica. Pero las milicias de derecha bloquearon la acción y amenazaron con asesinar a Zelensky si insistía con su campaña.
Bueno, es un tipo valiente. Podría haber avanzado si hubiese tenido algún respaldo de Estados Unidos. Pero Estados Unidos se lo negó. No brindó ningún apoyo y eso hizo que Zelensky quedara colgado y debiera retroceder. Estados Unidos estaba decidido a proseguir su campaña de integrar paso a paso a Ucrania en el comando militar de la OTAN. Esto se aceleró con la elección de Biden. En septiembre de 2021, era posible leer todo esto en el sitio web de la Casa Blanca. No había un informe oficial, pero obviamente los rusos lo sabían. Biden anunció un programa, una declaración conjunta para acelerar el proceso de entrenamiento militar y el envío de armas, que formaban parte de lo que su gobierno llamó un “programa ampliado” de preparación para la membresía de la OTAN.
El proceso se aceleró todavía más en noviembre. Todo esto fue antes de la invasión. Antony Blinden, secretario de Estado de los Estados Unidos, firmó algo que recibió el nombre de estatuto y que básicamente formalizó y extendió el acuerdo previo. Un vocero del Departamento de Estado admitió que, antes de la invasión, Estados Unidos se negó a discutir cualquier tema vinculado con la seguridad de Rusia. Todo esto forma parte del trasfondo de la guerra en Ucrania.
El 24 de febrero, Vladimir Putin inició su invasión criminal. Todas las provocaciones previas, por más importantes que sean, no justifican la invasión. Si Putin hubiera sido un verdadero estadista, habría hecho otra cosa. Habría hablado con el presidente de Francia, Emmanuel Macron, estudiado sus propuestas y después habría intentado alcanzar un acuerdo con Europa con el objetivo de construir una patria europea común.
Por supuesto, Estados Unidos siempre se opuso a esa idea. Esto se remonta a la historia de la Guerra Fría y a las iniciativas del presidente De Gaulle de establecer una Europa independiente. Su frase “Del Atlántico hasta los Montes Urales” contiene la idea de integrar Rusia a Occidente, programa bastante natural por cuestiones comerciales y obviamente securitarias. Así que, si hubiese habido un estadista en el círculo cercano a Putin, el gobierno habría aceptado las propuestas de Macron y habría intentado aplicarlas con el fin de evaluar la posibilidad de integrarse a Europa y evitar la crisis. En cambio, el gobierno ruso optó por una política que, desde su punto de vista, es una completa estupidez. Además del carácter criminal de la invasión, eligió una política que condujo a una alianza entre Europa y los Estados Unidos. De hecho, esa política ahora está alentando incluso la integración de Finlandia y de Suecia a la NATO, que, más allá del carácter criminal de la invasión y de las importantes pérdidas que está produciendo, es el peor desenlace posible desde el punto de vista de Rusia.
Por lo tanto, criminalidad y estupidez de parte del Kremlin, y fuertes provocaciones de parte de Estados Unidos. Ese es el trasfondo que condujo a la situación actual. ¿Existe alguna posibilidad de terminar con todo esta situación espantosa? ¿O deberíamos intentar profundizarla? Esas son las alternativas.
Existe solo una manera de poner fin a todo esto. Es la diplomacia. Ahora bien, la diplomacia, por definición, implica el entendimiento de ambas partes. La solución final nunca agrada del todo, pero las partes la aceptan porque es el mal menor. Un acuerdo brindaría a Putin una salida de emergencia. Esa es una posibilidad. La otra es dejarse arrastrar y ver sufrir a todo el mundo, contar los ucranianos muertos, dejar que Rusia sufra, que millones de personas mueran de hambre en Asia y en África, y que el planeta siga calentándose hasta el punto de que la existencia humana se vuelva imposible. Esas son las alternativas. Y sucede que Estados Unidos y una buena parte de Europa están casi unánimemente de acuerdo en optar por la alternativa no diplomática. Decidieron seguir atacando a Rusia.
Las columnas del New York Times y del Financial Times de Londres son bastante elocuentes. Dicen: “Tenemos que garantizar el sufrimiento de Rusia”. No importa lo que pasa con Ucrania ni con nadie más. Por supuesto, esta apuesta implica aceptar que si Putin es llevado hasta el límite, sin ninguna escapatoria, y es forzado a admitir la derrota, no utilizará sus armas para destruir Ucrania.
Hay muchas cosas que Rusia todavía no hizo. Los analistas occidentales están más bien sorprendidos. Sobre todo, Rusia no atacó las líneas de suministro de Polonia que son las que transportan el armamento hacia Ucrania. Está claro que podrían hacerlo. Eso los llevaría a confrontar directamente con la OTAN, es decir, con los Estados Unidos. Las consecuencias son fáciles de anticipar. Cualquiera con un mínimo conocimiento sobre guerras sabe cómo termina todo esto: es una pendiente que conduce hacia una guerra nuclear terminal.
Por lo tanto, estamos jugando con la vida de los ucranianos, los asiáticos y los africanos, y con el futuro de la civilización en general para debilitar a Rusia, para asegurarnos de que sufrirá suficiente. Si uno quiere jugar ese juego, debería por lo menos admitirlo con honestidad. Carece de todo fundamento moral. De hecho, es moralmente espantoso. Y, cuando uno comprende lo que está en juego, no duda en afirmar que todos los que se subieron a este tren y hablan de sostener esta situación son unos imbéciles morales.
—En los medios y entre la clase política de los Estados Unidos, y probablemente de Europa, se percibe indignación moral por el barbarismo ruso, los crímenes de guerra y las atrocidades de Putin. Está claro que la situación está desarrollándose como suele hacerlo en todas las guerras. Pero esa indignación moral, ¿no es un poco selectiva?
—La indignación moral es correcta. Está bien que la gente se indigne. Pero en el Sur Global la situación resulta increíble. Condenan la guerra, por supuesto. Es un crimen de agresión deplorable. Pero después miran a Occidente y dicen: “¿De qué están hablando? Es lo que ustedes hacen todo el tiempo”.
La diferencia en los análisis es bastante sorprendente. Por ejemplo, uno lee el New York Times y lee a un gran pensador, Thomas Friedman. Hace unas semanas, escribió una columna en la que transmite justamente mucha desesperación. Pregunta “¿Qué podemos hacer? ¿Cómo podemos compartir el mundo con un criminal de guerra?”. Y dice: “Nunca vivimos algo así desde Adolf Hitler. Tenemos un criminal de guerra en Rusia. No sabemos cómo reaccionar. Nunca nos imaginamos que volveríamos a encontrarnos con un criminal de guerra”.
Ahora bien, cuando las personas del Sur Global leen todo esto, no saben si reír o llorar. Tenemos criminales de guerra caminando libremente por Washington. De hecho, sabemos cómo lidiar con los criminales de guerra. Lo mismo sucedió con el vigésimo aniversario de la invasión a Afganistán. Hay que tener en cuenta que fue una invasión completamente gratuita y a la que la opinión pública siempre se opuso. Recuerdo una entrevista con el responsable, George W. Bush —que después invadió Irak, es decir, un criminal de guerra importante—, del estilo de entrevistas que hace el Washington Post, que lo mostraba como un un abuelito amable que jugaba con sus nietos, hacía chistes y exhibía una serie de retratos hechos por él mismo de gente famosa que había conocido. Un ambiente hermoso y amigable.
Entonces sí sabemos cómo lidiar con criminales de guerra. Thomas Friedman se equivoca. Lo hacemos todo el tiempo.
Tomemos por ejemplo otro caso, el de Henry Kissinger, probablemente el criminal de guerra más importante de la modernidad. No solo lo tratamos amablemente, sino que lo tratamos con admiración. A fin de cuentas, es el tipo que dio la orden a la fuerza aérea diciendo que había que bombardear todo Camboya, que había que bombardear “cualquier cosa que vuele, cualquier cosa que se mueva”… Esa fue su frase. No conozco ningún ejemplo equivalente de llamado a perpetrar un genocidio. Eso es lo que sucedió en Camboya. No sabemos mucho del tema porque no nos gusta investigar nuestros propios crímenes de guerra. Pero Taylor Owen y Ben Kierman, historiadores que estudiaron Camboya con mucha seriedad, escribieron sobre el tema. Después está nuestra responsabilidad en el derrocamiento del gobierno de Salvador Allende y la institución de una dictadura violenta en Chile. Y la lista sigue. Así que sabemos bien cómo lidiar con criminales de guerra.
Sin embargo, Thomas Friedman encuentra que lo que sucede en Ucrania es inconcebible. Y nadie le respondió. Eso significa que todos piensan que lo que escribió es bastante razonable. La palabra selectividad no alcanza. Es una cosa impresionante. En fin, la indignación moral está bien. Está bien que los estadounidenses empiecen a mostrar cierta indignación por los crímenes de guerra, aunque sea por los crímenes de otros.
—Te propongo un pequeño acertijo. Tiene dos partes. Los militares rusos son ineptos e incompetentes. Sus soldados tienen la moral baja y los comandantes son malos. Su economía es equivalente a la de Italia y a la de España. Eso por un lado. Pero, por otro lado, Rusia es un coloso militar que amenaza con superarnos. Por lo tanto, necesitamos más armas, tenemos que expandir la OTAN. ¿Cómo reconciliamos estas dos ideas contradictorias?
—Estas dos ideas son muy comunes en todo Occidente. Hace poco participé de una larga entrevista en Suecia a propósito de sus planes de integrarse a la OTAN. Destaqué que los gobernantes suecos tenían dos ideas contradictorias, las mismas dos que mencionaste. Una es el alarde de que Rusia mostró ser un tigre de papel que no puede conquistar ciudades que están apenas a unos kilómetros de su frontera y que son defendidas por un ejército compuesto fundamentalmente de ciudadanos. Por lo tanto, son completamente incompetentes en términos militares. La otra idea es: están listos para conquistar Occidente y destruirnos.
George Orwell inventó un nombre para esto. Decía que era un “pensamiento doble”. Son dos ideas contradictorias que conviven en la mente de una persona y esa cree en ambas a la vez. Orwell pensaba que esto solo existía en el Estado ultratotalitario que satirizó en 1984. Pero se equivocaba. También sucede en las sociedades libres y democráticas. Ahora mismo tenemos ante nosotros un ejemplo dramático y no es la primera vez.
Este pensamiento doble es característico de la Guerra Fría. Cuando leemos atentamente el documento más importante de aquellos años, el NSC-68 de 1950, comprendemos que solo Europa, sin Estados Unidos, empataba con Rusia en capacidad militar. Pero, por supuesto, teníamos que tener un programa de rearme con el fin de contrarrestar las intenciones del Kremlin de conquistar el mundo.
Este documento está disponible y se trató de un enfoque consciente. Dean Acheson, uno de sus autores, dijo más tarde que había que ser “más claro que la verdad”, esa fue su frase, para promover la acción del gobierno. Queremos impulsar el presupuesto militar, así que tenemos que ser “más claros que la verdad” inventando la historia de un Estado que está a punto de conquistar el mundo. Ese tipo de pensamiento es típico de la Guerra Fría. Hay muchos ejemplos más, pero es lo que estamos viviendo ahora mismo. Y es la forma adecuada de plantear el tema: son dos ideas que están consumiendo a Occidente.
—También es interesante recordar que, en una nota de opinión publicada en 1997 en el New York Times, el diplomático George Kennan había anticipado el peligro de que la OTAN moviera sus fronteras hacia el este.
—Kennan también se había opuesto al NSC-68. De hecho, también había estado a cargo del equipo de elaboración política del Departamento de Estado. Fue despedido y reemplazado por Paul Nitze. El gobierno pensaba que era un personaje demasiado blando en un mundo demasiado duro. Era un halcón, radicalmente anticomunista, bastante brutal en cuanto a las posiciones de Estados Unidos, pero se dio cuenta de que la confrontación militar con Rusia no tenía sentido.
Rusia, pensaba, terminaría colapsando a causa de sus contradicciones internas. Y tenía razón. Pero el gobierno pensaba que era demasiado pacifista. En 1952, declaró que estaba a favor de la unificación de Alemania por fuera de la alianza militar de la OTAN. Esa era la misma propuesta de Iósif Stalin. Kennan había sido embajador en la Unión Soviética y era especialista en Rusia.
Iniciativa de Stalin. Propuesta de Kennan. Había europeos que estaban a favor y habría bastado para ponerle fin a la Guerra Fría. Habría implicado la neutralidad de una Alemania no militarizada y fuera de todo bloque militar. Pero en Washington la propuesta fue completamente ignorada.
Un especialista en política exterior muy reputado, James Warburg, escribió un libro sobre el tema. Vale la pena leerlo. El título es Germany: Key to Peace. Warburg proponía tomar la idea en serio. Pero su propuesta fue desacreditada, ignorada y hasta ridiculizada. ¿Cómo creerle a Stalin? En fin, los archivos salieron a la luz y resulta que hablaba en serio. Ahora leemos a los historiadores más importantes de la Guerra Fría, como, por ejemplo, Melvin Leffler, y reconocen que en esa época había posibilidades reales de llegar a un acuerdo pacífico, finalmente descartado en favor de la militarización y de la expansión del presupuesto de guerra.
Ahora consideremos el gobierno de John F. Kennedy. Después de la elección de Kennedy, Nikita Jrushchov, que entonces estaba a la cabeza de Rusia, hizo una propuesta bastante importante que implicaba una reducción considerable del armamento militar ofensivo y que habría conducido a un relajamiento de las tensiones. En esa época, Estados Unidos tenía mucha ventaja en términos militares. Jrushchov quería centrarse en el desarrollo económico de Rusia y comprendió que era imposible hacerlo en el contexto de una confrontación militar con un adversario mucho más rico. Primero, se lo propuso al presidente Dwight Eisenhower, que no le prestó atención. Después, se lo propuso a Kennedy, y su gobierno respondió con el desarrollo militar durante tiempos de paz más grande de la historia, aun sabiendo que Estados Unidos contaba desde el inicio con una enorme ventaja.
Estados Unidos inventó la “brecha de los misiles”. Rusia estaba a punto de superar a Estados Unidos en el desarrollo de misiles. Una vez expuesta la brecha de los misiles, resultó que era Estados Unidos el que tenía ventaja. Rusia apenas tenía cuatro misiles expuestos en alguna base aérea.
Los ejemplos abundan. La seguridad de la población simplemente no es un asunto que preocupe a los políticos. La seguridad de los privilegiados, de los ricos, del sector empresario, de los fabricantes de armas, sí lo es, pero no la del resto de nosotros. Este doble pensamiento es constante, aunque a veces es consciente y otras veces no. Es lo que definió Orwell: hipertotalitarismo en una sociedad libre.
—En un artículo de Truthout, citaste el discurso de Eisenhower de 1953 sobre la “Cortina de hierro”. ¿Por qué te resulta interesante?
—Deberías leerlo. No tardarías en darte cuenta por qué es interesante. Es el mejor discurso que pronunció Eisenhower. Estamos en 1953, recién asumía el gobierno. Básicamente, señala que la militarización representa un ataque inmenso contra nuestra sociedad. Eisenhower —o quien haya escrito su discurso— lo dice bastante elocuentemente. Un avión militar implica tantas escuelas y hospitales menos. Cuando aumentamos el presupuesto militar, atentamos contra nosotros mismos.
Eisenhower describió todo eso con bastante detalle y llamó a disminuir el presupuesto militar. Tiene un archivo bastante terrible, pero en este sentido tenía razón. Y esas palabras deberían perdurar en la memoria de todos. De hecho, hace poco Joe Biden propuso un presupuesto militar enorme. El Congreso lo expandió todavía más y eso representa un ataque contra nuestra sociedad, en el sentido que explicó Eisenhower hace tantos años.
La excusa: tenemos que defendernos de este tigre de papel, tan incompetente en términos militares que ni siquiera puede avanzar a unos pocos kilómetros de su frontera sin colapsar. Por lo tanto, tenemos que dañarnos a nosotros mismos y poner en riesgo a todo el mundo desperdiciando en un presupuesto militar monstruoso muchos recursos que serán muy valiosos si tenemos que lidiar con las importantes crisis existenciales que tenemos por delante. Mientras tanto, canalizamos toda la recaudación de los impuestos hacia los bolsillos de los productores de combustibles fósiles para que sigan destruyendo el mundo a un ritmo cada vez más acelerado. Eso es lo que estamos viendo con la enorme expansión de la producción de combustibles fósiles y con los gastos militares. Hay mucha gente que está contenta. Basta mirar a los ejecutivos de Lockheed Martin, ExxonMobil. Están extasiados. Para ellos, es una bonanza. Hasta obtienen crédito. Reciben elogios por salvar a la civilización cuando en realidad están destruyendo toda posibilidad de vida en la Tierra. Ni qué hablar del Sur Global. Si existieran extraterrestres y vieran lo que estamos haciendo, pensarían que estamos completamente locos. Y tendrían razón.
*Por David Barsamian para JACOBIN