Fotos de Radio Zapatista
Para el pueblo Ñühü, la llama del fuego es símbolo de la exaltación de la vida; mientras que las cenizas reflejan su aniquilamiento, siendo la marca de la ancestralidad. El fogón es parte de la vida de los Otomíes, donde muchos viejos chamanes todavían recuerdan las figuras de la divinidad del fuego y la del Sol muerto. En la actualidad, las cosas han ido cambiando, muchas mujeres de las comunidades Otomies se vieron obligadas a migrar a la Ciudad de México, donde se han topado con el racismo y la discriminación. Hoy, a 10 meses exactos después del sismo, siguen durmiendo dentro de las carpas que instalaron en la calle, sin tener respuesta del gobierno a sus demandas.
Las mujeres del pueblo Otomí de Santiago Mexquititlan, municipio de Amualco del Estado de Querrétaro, empezaron a llegar a la Ciudad de México en los años setenta, “a fines de la década de los sesentas, comenzó a invadir la Ciudad de México una cantidad creciente de mujeres indígenas que se dedican a vender frutas y dulces en las aceras. Causaron sorpresa por su identidad étnica, su ubicuidad y su extrema pobreza”, narra Lourdes Arizpe en su artículo Indígenas en la Ciudad de México: El caso de las Marías.
Las Ñühüs salieron de su pueblo para mejorar sus condiciones de vida, esperaban encontrar en la ciudad mejores oportunidades. “Nosotras venimos del Estado de Querétaro, de Santiago Mezquititlan, dejamos el pueblo porque no teníamos buenas condiciones de vida, muchas tuvimos que vender nuestros terrenos para llegar a la Ciudad de México, pero nos encontramos con la sorpresa que aquí está peor que allá”, dice para Avispa Midia Marisol Domínguez.
La primera generación de mujeres migrantes llegó a vender dulces y artesanías en las calles de la gran ciudad. “Las mujeres Otomíes, desde un principio llegaban para trabajar en la calle (incluso dormían ahí), vendiendo o pidiendo limosa, y actualmente muchas todavía lo siguien haciendo”, menciona Arizpe en su artículo.
“Llegue con mi mamá a los 13 años; trabajaba vendiendo con mi mamá; ya conocía la ciudad, el metro; desde chiquita mi mamá me traía. Veníamos un mes o dos meses para vender dulces y luego regresábamos a la comunidad. Yo vendía dulces, después mi mamá hacia muñecas de trapo, duraba aquí 15 días, 20 días, y regresaba. Venía siempre así.” recuerda Laura.
La ocupación de los edificios dañados después del terremoto de 1985
“Cuando nosotros entramos a nuestro predio, Guanajuato #200, yo antes vivía en la calle, sólo iba a los albergues a bañarme, y para no pagar, yo hacia limpieza del albegue. Fue cuando me dijo un conocido que si no quería vivir en un cuarto, yo le dije en ese momento que no. Pero luego pasó una noche en que le arrebataron a una mamá su hija de cuatro años para violarla y matarla; con ese miedo, yo no quería que le pasara eso a mis hijos, por eso me animé a entrar a un cuarto”,
comparte para Avispa Midia la señora Domínguez del predio Guanajuato #200 ubicado en la colonia Roma.
Después del terremoto de hace 32 años, varios edificios sufrieron daños. El predio de Guanajuato #200 fue abandonado, y posteriormente ocupado por hombres y mujeres del Pueblo Otomí de Santiago Mezquititlan. “Entramos a los predios en grupos, dijimos pues no hay nadie viviendo y si alguien viene a reclamarlo pues nos salimos, pero nadie reclamó y pues por derecho es nuestro”, relata la señora Domínguez.
De esta manera, muchas mujeres Ñühüs pudieron tener una casa, aunque sin el fogón en el centro de la cocina o del universo, pero lo más importante para ellas, tenían un lugar seguro para descansar. Aunque el racismo de los vecinos estuvo siempre presente en su vida, fue mucho más evidente después del sismo del 19 de septiembre de 2017.
El racismo hacia las mujeres Ñühüs
32 años después, justo igual que el terremoto que les abrió la posibilidad de contar con un techo, el sismo del 19 de septiembre de 2017 obligó a las 15 familias del predio de Guanajuato #200 a desalojarlo por seguridad. “Estaba yo vendiendo cuando me agarro el temblor, y regrese corriendo a la casa para ver a mis hijos. Todo se estaba moviendo, todo ya se había caído, todo estaba abajo, empece a ver polvo y a oler gas, todos estaban gritando, ya no podíamos entrar, protección civil ya no nos dejo entrar”, recuerda Marisol Domínguez el día que nuevamente se sacudió la Ciudad de México.
“Nos quedamos en la calle, estábamos en la calle, afuera de nuestro predio y fue cuando los vecinos nos empezaron a gritar que éramos invasores, que eramos borrachos, mugrosos, rateros, la gente nos insultó mucho”. Hoy las 15 familias del predio de Guanajuato #200 cumplen 10 meses viviendo en la calle. El sismo les volvió a quitar su techo y los obliga a vivir en las calles de la colonia Roma, donde los vecinos ya les han quemado sus carpas y puesto veneno para cucarachas a fuera de sus carpas, donde sus hijos juegan. “Nosotros no sabemos por qué la gente hace eso, nosotras no estamos aquí por gusto, estamos aquí porque somos pobres y el gobierno no hace nada”, reclama la señora Domínguez.
El gobierno no da respuesta a su demanda, ni tampoco el dictamen del predio que han habitado por años para que se tomen las medidas y acciones necesarias que garanticen un techo a las 15 familias. finaliza Marisol.
“Nosotros no queremos que el gobierno nos regale todo, queremos que nos de un dictamen de nuestra situación y nos ayude a dar solución, porque nada más nos da vuelta. Lo que quiere el gobierno es que nosotros nos vayamos de acá y puedan quedarse con el predio, eso es lo que quieren, pero nosotros hemos decidido estar acá para defenderla”,
finaliza Marisol.