El primer científico negro estadounidense, George Washington Carver, incursionó en las investigaciones sobre la producción de biodiesel con la soja. La semilla llegó a Alemania en los años 1930 y Hitler utilizó estos avances científicos para sustituir el petróleo. En Brasil fueron introducidas las semillas durante la dictadura militar (1964-1985) como parte del paquete de ayuda militar de los Estado Unidos a este país. Hoy día, Brasil es el segundo país con mayor producción de soja en el mundo, después de Estados Unidos. Dicha producción que se concentra en media docena de empresas, como Monsanto, ADM, Cargill, Bunge y Louis Dreyfus.
A orilla de la carretera BR-163 se puede apreciar un paisaje verde y frondoso, aunque homogéneo, a su alrededor no hay mas diversidad de plantas que la soja. En la carretera se aglomeran los camiones de carga que muestran el potencial productivo de esta región, Cuiaba, la capital de Mato Grosso, Brasil, con apenas 480 mil habitantes, es testigo del epicentro de mayor producción de soja de este país. En esta geografía de Brasil se han plantado mas de cinco mil millones de hectáreas de soja, y es la mejor imagen vendida a los inversionistas del mercado de la soja. Esta imagen es mucho mejor ofertada cuando los políticos del momento figuran como principales productores, es decir como inversionistas, como es el caso de Blairo Borges Maggi, gobernador de Mato Grosso en el año 2005, empresario y político brasileño, también conocido en ese momento como el rey de la soja, galardonado a su vez en el año 2005 por la ONG Greenpeace con el “premio” Motosierra de Oro por la monstruosa deforestación del bosque que realizaron sus empresas en la Amazonía para la producción de soja.
Aunque a decir verdad, esta zona es solo la punta del iceberg del quinto país mas grande del mundo, que posee soja cultivada en todas sus regiones. “Esta semilla es la materia prima de principal exportación de Brasil. La soja se esta cultivando en todas las regiones de este país, siendo los mayores productores los estados de Mato Grosso y Paraná, que juntos producen un poco mas del 50% de soya del país”, afirma el Investigador y agrónomo Sebastião Pinheiro de la Universidad do Rio Grande do Sul, sur de Brasil.
El empeño en la producción, incentivada por el gobierno brasileño, no es de extrañar. La soja esta siendo utilizada de forma estratégica por las industrias de alimentos, energética, de salud y bioquímica. De la obtención del proceso de aceite refinado de soja, por ejemplo, se obtiene la lecitina, un agente emulsionante, que se mezcla a menudo para producir productos industrializados como salchichas, mayonesa, helado, barras de chocolate, cereales y productos congelados. También esta presente en los productos que protegen el cuerpo contra el envejecimiento causado por el daño celular, hasta el grado de ser considerada una alternativa natural a la terapia de reemplazo hormonal.
La soja se hace presente también de forma indirecta en los platos de la gente en todo el mundo. De acuerdo con la Asociación de Productores de Soja y Maíz de Mato Grosso, en Brasil, 80% de harina de soja, junto con el maíz, componen el alimento fabricado para la alimentación animal. Es la transformación de la proteína vegetal (grano) en la proteína animal (grano más carne) y la producción de la soja esta presente en la producción de carne, huevos y leche.
Según el Ministerio de Agricultura, la industria nacional de Brasil transforma, cada año, aproximadamente 30,7 millones de toneladas de su producción, de la cual se destinan 5,8 millones de toneladas para producir aceite comestible y 23,5 millones de toneladas para harina de proteína.
"Plástico Verde"
Gustavo Grobo, del grupo Grobocopatel de Argentina, conocido como el “Rey de la Soja” en este país, mencionó en abril del año 2014 que, “lo que viene en diez años es otra especie de Revolución Industrial Verde, las plantas empiezan a transformarse en fábricas”.
De la soja triturada, junto con un 10% de alcohol (metanol), se obtiene biodiesel y la glicerina. Este último actualmente esta comenzando a redimensionar los procesos de producción dependientes del petróleo. Brasil ha sido uno de los países que va a la vanguardia en la producción de agrocombustibles, principalmente de caña de azúcar y soja. Al producir biodiesel por medio de la soja, se obtiene glicerol, que hasta cierto momento fue considerado como un subproducto. Esta es la más reciente novedad de Brasil, al sustituir principalmente propano – una resina obtenida hasta ahora de los derivados del petróleo y utilizada para hacer polipropileno – por el glicerol, formando el llamado “plástico verde”. El polipropileno es usado, entre otros, para producir empaques para alimentos, tejidos, equipo de laboratorio, componentes automotrices, entre otros.
Pinheiro sostiene que la soja esta cambiando los procesos de producción dependientes del petróleo. “La soja es el principal producto de exportación de Brasil y es una semilla estratégica porque esta sustituyendo la matriz tecnológica del petróleo. La petroquímica ha quedado superada por esta nueva matriz tecnológica fruto de la biotecnología”, afirma el agrónomo.
La biotecnología es un conjunto de conocimientos científicos o “Ciencias de la Vida” que se han estructurado para las exigencias del mercado. Permite la utilización de agentes biológicos, como organismos, células, moléculas, etc. Engloban la modificación de genes, incluyendo cultivo de células y tejidos, tecnología de ADN recombinante y biología sintética.
A partir del tope de la producción de petróleo en los años 70s, y por consecuencia el aumento en su precio en el mercado, la búsqueda de alternativas se convirtió en un tema de seguridad para varios países, principalmente para los Estados Unidos, que consume el 25% de la producción energética mundial, con solo 4% de la población mundial. Una buena parte del uso del petróleo ha sido para la producción de plástico, componentes de los automóviles y miles de mercancías más.
“Novartis, Bayer, Monsanto y otras empresas han reducido sus niveles de producción de agroquímicos y han apostado la mayor parte de sus inversiones hacia los productos de biosíntesis, una síntesis hecha a través de microorganismos, bacterias, hongos, etc. Un sistema dependiente de la fermentación, de cadenas de carbono o directamente de la fotosíntesis del sol”, afirma Pinheiro.
Petroquímica sin petróleo
El desarrollo de la alternativa de producción de “plástico verde” abre la posibilidad de renovar los procesos de la producción dependiente de los combustibles fósiles y así inicia la era de la petroquímica sin petróleo. La empresa “Nova Petroquímica” en Brasil es la primera que arrancó en este país con el proceso de nuevos encadenamientos de producción, principalmente derivados de la soja. “Nova Petroquímica” participó en el conglomerado Quattor, constituido por Petrobras y el grupo Unipar. Posteriormente, en el año 2010, la empresa Braskem compro la empresa brasileña Quattor y Sunoco Chemicals, en los Estados Unidos.
Actualmente la empresa Braskem es líder en resinas termoplásticas en Latinoamérica y es la tercera mayor productora en el continente americano. Cuenta con 18 plantas en el territorio brasileño, produce más de 11 millones de toneladas de resinas termoplásticas y otros productos petroquímicos. En total, según el sitio web de la empresa, hay 16 millones de toneladas de productos manufacturados en 36 plantas ubicadas en Brasil, los EE.UU. y Alemania
Braskem ofrece un sinnúmero de productos que van desde material para construcción, accesorios de belleza, aromáticos, solventes, y artículos para automóviles, productos, que según la empresa contribuyen a la reducción global de los gases de efecto invernadero.
“La soja se ha incrustado en el árbol petroquímico, desde los alimentos hasta los componentes de los automóviles”,
AFIRMA PINHEIRO
Los mayores productores del mundo
Según el informe de octubre del año 2014 del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA), se estimó que la producción mundial de soja 2014/2015 fue de 311.2 millones de toneladas. Considerando que la producción del año 2013 fue de 285.01 millones de toneladas. De acuerdo con los datos de USDA, Estados Unidos ha proyectado un nivel de producción de 106,870,000 de toneladas métricas, seguido por Brasil con 94,000,000 y Argentina 55,000,000. Estos países también son los mayores exportadores del mundo.
“Los tres principales países productores de soja producen el 80% del volumen mundial, destinada principalmente hacia China para engordar pollos y puercos” sostiene el agrónomo Merci Fardin, de la Universidad Federal do Espírito Santo, en la región sudeste del Brasil.
No obstante, la dimensión de la producción de tales cantidades de soja, 30,11 millones de hectáreas, según datos del 2014 de la Compañía Nacional de Abastecimiento (Conab) -dependiente del Ministerio de Agricultura de Brasil-, implica la utilización de grandes extensiones de tierra, motivo por el cual se han deforestado ecosistemas completos para poder producir los niveles requeridos por el mercado. Es una realidad que contrasta con el discursos de la reducción global de gases de efecto invernadero, ya que la ONU aseguran que la tala de árboles es responsable por el 75% de las emisión de Dióxido de Carbono (CO2). “Bunge, ADM y Dreyfus dominan por lo menos el 95% de las exportaciones de Brasil y son ellos los responsables de la deforestación y son quienes se están disputando la tierra en este país para poder avanzar con las plantaciones de soja”, afirma Pinheiro.
Incluso, la deforestación es respaldado por la ley Brasileña. De acuerdo con la nueva legislación aprobada en el año 2012, que permite a los productores deforestar el 20% de la superficie forestal que se encuentre en su propiedad. En esta parte, puede mantener cualquier actividad agrícola, incluyendo el cultivo de soja. El mismo Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF por sus siglas en inglés) quien promueve los mercados ecosistémicos y la conservación de la naturaleza, también promueve la producción de la soja, llamándola, “producción de soja responsable”, y comparte las previsiones de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), de que no hay vuelta atrás, “…esta expansión no muestra ningún signo de parar: la FAO sugiere que la producción de soja casi se duplicará para el año 2050. La conversión de bosques a soja es usualmente más rentable en el corto plazo que su conservación. Los esquemas de PSE, (también conocidos como Pagos por Servicios Ambientales, o PSA) pueden ayudar a balancear esto recompensando a aquellos que conservan los ecosistemas naturales”, dice textualmente en su sitio web de WWF.
Ford y los agrocombustibles
En un primer momento Henry Ford, fundador de Ford Motor Company – el primer empresario en aplicar el sistema de producción en cadena, denominada como Fordismo, montaje en serie para producir autos masivamente-, tuvo gran interés en la utilización de alcohol de fermentación y biodiesel de soja para sus automóviles, no obstante, la familia Rockefeller avanzaba a una gran velocidad para consolidar su compañía petrolera Standard Oil – el nombre evolucionó en las empresas EXXON-Móvil- revolucionando la industria en todos sus niveles. “Fue por medio de la recomendación del primer científico negro, George Washington Carver, que Ford decidió incursionar en la producción de la soja. No obstante, se impuso la matriz tecnológica del petróleo de los Rockefeller, como la energía principal en los encadenamientos de producción y en la vida cotidiana de los Estado Unidos y en el resto del mundo y es hoy uno de los motivos de la crisis ecológica”, explica Pinheiro.
Fue Hitler quien terminó por aprovechar los avances científicos de Washington Carver. “Alemania no tiene petróleo y Hitler tomó los estudios de la soja y comenzó a realizar petroquímica sin petróleo. Desde 1930, este país inició con el cultivo de soja en todo el imperio Austrohúngaro”, agrega Pinheiro.
"Revolución Verde"
La primera fase de la Revolución Verde surge posterior a la Segunda Guerra Mundial, en la década del año 1940. Los Estados Unidos encontraron en la agricultura una manera de redireccionar y emplear todos los medios tecnológicos desarrollados durante la guerra para producir alimentos de forma industrial en Brasil y el resto de América Latina, alterando los ciclos biológicos de la producción de alimentos para poder obtener mayor cantidad en menos tiempo.
De acuerdo con el investigador Merci Fardin, el modelo de agricultura consistió en utilizar variedades mejoradas de maíz, trigo y otros granos, acompañadas por grandes cantidades de agua y agroquímicos. “Los agroquímicos y toda la maquinaria utilizada en esta ‘revolución” es una adaptación de la tecnología de guerra, principalmente de la maquinaria bélica, que fue adaptada para convertirla en tractores. Esto dio pie a los sistemas de monocultivos, conocidos como desiertos verdes”, sostiene Fardin.
La Revolución Verde adoptó el discurso de la producción de alimentos a gran escala para contrarrestar el hambre y la pobreza, pero ninguno de los resultados fueron ciertos. “En los últimos 50 años, el mundo fue transformado en una miseria y en una hambruna desgraciada y hoy esta hambruna es administrada por las empresas, quienes se han enriquecido a costa del hambre”, arremete Pinheiro.
Primera injerencia de EEUU después de la 2da Guerra mundial
Para Sebastião Pinheiro, una de las primeras injerencias de Estados Unidos en relación a Brasil, después de la Segunda Guerra Mundial, fue hecha a través de la agricultura y principalmente con el algodón, el tabaco y las semillas mejoradas, entre ellas el de la soja. “Los Estados Unidos trajeron el paquete completo, ciencia, tecnología y financiamiento. Obsequió de forma altruista todas sus variedades mejoradas de soja al gobierno de Brasil”, dice Pinheiro, que asegura que el objetivo era dar continuidad al plan de reconstrucción de Europa. “Tras la Segunda Guerra Mundial, era necesaria la reconstrucción de Europa en una línea de inversiones consustanciadas en el Plan Marshall. La propuesta norteamericana solo sería completada a través de una agricultura industrial en el Hemisferio Sur, lo que ahora se conoce como el granero del mundo”, evalúa el agrónomo Pinheiro.
Con la Operación Brother Sam, planeada por el gobierno de Estados Unidos con el fin de apoyar la dictadura militar de 1964, fueron enviadas al Brasil 100 toneladas de armas y municiones, navíos petroleros, una flota de aviones de combate y el resto de equipo bélico. El paquete incluía también, afirma el investigador Pinheiro, un paquete tecnológico para la agricultura y sobre todo en la investigación científica. “El régimen militar de Brasil, instruido sobre la doctrina militar estadounidense, utilizó como pretexto el combate a la influencia marxista y abrió las puertas de las universidades brasileñas a la Fundación Rockefeller, que hizo una donación económica para la modernización de programas, currículos y entrenamiento de profesores en los EEUU como acuerdo entre el Ministerio de Educación y Culto (M.E.C.) y USAID, quienes dieron continuidad a las investigaciones de las semillas mejoradas y genéticamente modificadas”, asegura el investigador.
Para Pinheiro, el proceso de la dictadura militar consintió en una reconfiguración y control del territorio brasileño, dejando el control de la tierra en manos de media docena de empresas que hoy son dueños de la agricultura industrial. “Entonces este paquete industrial denominado Revolución Verde fue una estrategia militar, porque todos los agroquímicos fueron producidos en fabricas militares durante la segunda guerra mundial y posterior a ella. El objetivo principal de la dictadura, fue despojar a pequeños campesinos y a los indígenas de sus tierras, para concentrar la tierra en manos de las empresas que producen soja, caña y eucalipto, entre ellas esta Monsanto, ADM, Cargill, Bunge, Louis Dreyfus, Coca-Cola, Nestlé, Ford”.
La agricultura familiar agoniza
A la deforestación de los bosques se suma el uso a gran escala de agrotóxicos. De acuerdo con el Movimiento de los Sin Tierra (MST) en Brasil, el consumo medio de agrotóxicos viene aumentando. En el año 2005 eran utilizados 7 kg. por hectárea. En el año 2011 el nivel aumentó a 10,1kg, un aumento de 43,2%.
El MST, un movimiento que lucha por la reforma agraria en este país y por el modelo de agricultura familiar, posee en Mato Grosso do Sul – estado que ocupa la mayor concentración de tierras en Brasil- 53 asentamientos de tierras, que se configuran como pequeñas islas dentro de los desiertos verdes, donde se practica una agricultura diversificada al lado de los monocultivos de caña de azúcar, eucalipto y principalmente soja.
“Estamos rodeados por soja y el veneno que es esparcido en los monocultivos se termina yendo para nuestras tierras. Tú plantas una semilla de maíz nativo, por ejemplo, y ella no germina. Difícilmente podemos plantar sin agrotóxicos. Nuestro trabajo para generar una producción ecológica y orgánica queda perjudicado por estas condiciones. Tardará décadas hasta que nosotros podamos plantar de forma totalmente libre de insumos”, afirma Sindy Gauber, vecina del asentamiento Geraldo García, en el municipio de Sidrolância, centro-oeste do Mato Grosso do Sul.
Además de eso, afirma Gauber, las pocas tierras expropiadas por el gobierno federal para destinarlas a la reforma agraria son tierras improductivas en general, ya desgastadas por el monocultivo.
El resultado, sostiene Gauber, es que muchas familias sin opción acaban abandonando sus tierras para trabajar en los plantíos de monocultivos. En el asentamiento donde ella vive, muchas familias tienen arrendadas sus tierras para el agronegocio.
A esto se agrega, el uso de semillas transgénicas. En Brasil la extensión de los plantíos transgénicos representa más del 50% del territorio destinado a actividades agrícolas en el país y la mayoría son variedades transgénicas de la soja.
A pesar de las dificultades, Gauber cuenta que, en contrapartida, las familias han creado condiciones para resistir, organizando cooperativas, participando en pequeños mercados. “La salida ha sido producir en pequeñas cantidades, en un sistema artesanal, haciendo un trabajo gradual de la recuperación de la tierra”, afirma. “Esta guerra desproporcional no tiene sentido, porque de hecho quien alimenta a la ciudad es la producción del pequeño agricultor en Brasil. Los monocultivos son básicamente para la exportación y para la industria. El discurso de desarrollo no cabe aquí”.
Ciclo perverso para los campesinos
Soja y pastizales para el ganado. Este es el escenario monótono y con poca vida que se ve en los márgenes de la carretera MS-164, municipio de Ponta Porã, en el estado de Mato Grosso do Sul, en la frontera con Paraguay. A orillas de esta carretera esta también uno de los mayores asentamientos de tierra de Brasil, conquistado por los movimientos sociales, en 2002. Itamarati, como es llamado el asentamiento, posee 50 mil hectáreas y alberga a 3 mil familias. Irónicamente fue una hacienda productora de soja. Su dueño era Olacyr de Moraes, el mayor productor individual de soja en el mundo en la década de 1980.
Itamarati cuenta con dos tipos de tierras, los espacios de cultivos individuales y los colectivos. Las tierras individuales (hasta 10 hectáreas) son cultivados con arboles frutales, hortalizas y generalmente están vinculadas al autoconsumo de las propias familias. Las áreas de 12 hectáreas las de producción colectiva, con irrigación y equipamientos colectivos, se plantan alimentos para comercialización.
Los campesinos cuentan en sus territorios con una estructura de salud, educación, dos cooperativas para gestionar la producción, pequeño centro comercial y hasta un núcleo urbano.
Ariovaldo Ciriaco es uno de los agricultores del asentamiento que cultiva arroz, mandioca y cacahuate. Mas allá de los alimentos para el autoconsumo, el también planta soja. “Del total de 50 mil hectáreas de Itamarati, cerca de 20 mil de ellas cuentan con plantaciones de soja”, afirma el agricultor que es parte de la Asociación de Agricultores Cooperativas del nucleó de resistencia El dorado dos Carajás.
Ciriaco esta en el asentamiento desde el inicio, en el año 2002, y cuenta que después que entraron a las tierras fueron asediados por los revendedores de las empresas multinacionales productoras de semillas de maíz, soja y fertilizantes. “El discurso que ellos usaban era que, con los productos, el costo de las plantaciones sería menor y que tendríamos mayor productividad. El discurso era, que utilizaríamos alta tecnología, trabajar menos y ganar más. Después fuimos viendo que no era verdad. Por ejemplo, en relación con el maíz, decían que las semillas producirían 160 sacos por hectárea, pero la verdad producíamos menos de 100 sacos”, recuerda el agricultor.
“Quien vino a vivir y a trabajar aquí, o era empleado de alguna hacienda o trabajaba en áreas mucho mas pequeñas. No teníamos la costumbre de trabajar con soja en áreas grandes. Entonces nos vendieron el paquete [semillas, fertilizantes y pesticidas] mucho más caro y con cantidades de veneno más de lo necesario. Entonces hoy percibimos los abusos que nos hicieron por falta de conocimiento”, explica.
Ciriaco cuenta que gran parte de los agricultores acabaron entrando en un ciclo de dependencia en relación a los productos de las multinacionales, citadas por el como Bunge, Cargill, ADM, Bayer, Syngenta. “Sus representantes en Brasil vienen hasta nosotros para vendernos sus productos. El paquete es muy caro, entonces las familias se tienen que endeudar y siempre depende del crédito para poder plantar. Se endeudan para comprar el paquete y cuando cosechan pagan la deuda. Este ciclo de dependencia es un gran problema”, relata.
Al final, quien define los precios de la soja es el mercado internacional, principalmente los Estados Unidos. “ No tenemos control sobre los precios” dice. Aun así, Ciriaco no pierde los ánimos de cambiar la realidad y su meta ahora es trabajar por la autonomía da su producción. “Nuestro desafío es estimular la diversidad agrícola. Invertir en otras alternativas, para disminuir la dependencia de la soja y de los insumos”.
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