por Armando de la Cruz*
Es viernes 19 de abril del año 2024. Son a las diez de la mañana y el calor es intenso. El humo que ha dejado el incendio en territorio chontal, en Oaxaca, cala la nariz. El ambiente es desolado, como si estuviera triste, entre las cañadas se ve la presencia de humo que se confunde con las nubes y el vapor del calor. Estamos llegando a San Pedro Sosoltepec, para ofrecer nuestra solidaridad con una de las comunidades mayormente afectadas por el fuego y que, días antes, estaba en riesgo de ser desplazada por el incendio en sus territorios.
Antes de entrar a la comunidad, nos detuvimos. Una camioneta color amarillo, con redilas blancas, era maniobrada entre la brecha de una loma, viene de reversa y está llena de personas que se cuelgan de un mecate para no caerse. Es la camioneta de los brigadistas de la Comisión Nacional Forestal (Conafor). Mueva su camioneta para que pueda pasar, me dice uno de los integrantes de la comunidad, mientras se quita su gorra. La camioneta llena de personas baja hacia la comunidad, lleva a todos los hombres del pueblo que se habían dispuesto a ser trasladados en helicóptero hasta la parte baja de su territorio para seguir combatiendo en incendio.
Sobre el filo de la loma, a un ladito de la brecha, vienen caminando un grupo de 15 mujeres, entre niñas, adultas y ancianas, se van formando. Su rostro es de preocupación, un abrazo fuerte con cada una de ellas nos hermana.
Nos acaban de informar que el helicóptero no puede venir porque las condiciones no permiten el aterrizaje y no quieren arriesgar la vida de la gente, nos expresa el agente municipal. Desde ayer estamos esperando el helicóptero y no nos han cumplido, no podemos bajar andando, son siete horas andando y además es la zona donde acaba de quemarse.
La molestia de las autoridades es evidente, de esto son testigos las tres cruces de recibimiento que están enterrados en ese paraje y que también se han salvado del fuego, gracias al esfuerzo y trabajo de los vecinos.
Nosotros venimos a ver como se iban nuestros esposos, dice una señora de mayor edad, mientras subía a la camioneta, estamos sufriendo, no podemos caminar por la edad, la rodilla me duele mucho y ahora tenemos este problema. Gracias a Dios, la lumbre ya no llegó hasta el pueblo.
Los ciudadanos y comuneros del pueblo están sentados ahora en el corredor de la agencia municipal. Los pilares de ladrillos de la casa comunitaria sostienen las redes con la tortilla, el agua y las cosas que habían previsto llevar. Su rostro da la impresión de quienes se habían dispuesto a realizar una tarea, pero que esta fue truncada sin su voluntad. Están ahí sentados, platican entre ellos, su mirada está clavada en el cerro de frente, donde están sembradas las pocas casas del pueblo. Vengan a desayunar, nos dice el agente, pasen a la cocina.
En la pequeña enramada de la capillita está sentado sobre los bancos un grupo de siete brigadistas. Visten pantalones color verde olivo y chalecos amarillos, sus cascos están puesto a un lado. Se ven cansados. Buenos días, buenos días, responden. Otros están parados cerca de dos vehículos amarillos, otros están almorzando en la pequeña cocina del pueblo.
Tomen asiento vamos almorzar, nos dice el agente municipal. Él y el presidente del comisariado se ven agotados, su ropa que visten dan cuenta del trabajo intenso que han tenido en el sofocamiento del fuego durante más de una semana. No es suficiente el apoyo de ellos, no tienen las condiciones físicas para andar el cerro, si ayudan, pero la gente de los pueblos trabajamos más, ellos están por un salario y dicen que viene ya cansados de atender otros incendios, comenta un ciudadano que entra a la cocina, refiriéndose a los brigadistas. Venga agente, lo pondré en voz alta, dice un brigadista, mientras sostiene su celular en la mano derecha. El agente y el comisariado oyen cabizbajos el mensaje de audio. Ya se van [los brigadistas], nos dicen después.
En la pequeña cocina de la comunidad hay movimientos, una comisión de autoridades y sus esposas preparan los alimentos, sirven la comida, lavan trastes. Otros acarrean el agua, hay movimiento en la comunidad. Se juntó con la víspera de la fiesta del pueblo. Si el fuego no se hubiera pagado, aquí en la loma estuviera el fuego el mero día 29 de abril, que es la fiesta del pueblo, expresa otro compañero, mientras señala con su mano el bosque que se encuentra a escasos quinientos metros de la cancha municipal. Lo bueno es que los pueblos vecinos nos apoyaron, ya no estamos en riesgo como hace tres días, somos muy pocos para combatir el fuego, dice. Es la quemazón más grande en la historia que hemos vivido afirma otro comunero.
Pequeños hilos de humo se ven al otro lado, cerca del cerro bendición. Hasta ahí llegó la lumbre, de hecho, bajó hasta el río, nos dió la vuelta, la brecha que hicimos no nos ayudó, explica el comisariado. Hasta ahí está la brecha que nos ayudaron los de San José, ese humo ya no es riesgo, dijo. Se da la vuelta y señala el otro cerro. Todo ese lado, nos ayudaron los de Santa Lucía, desde allá hasta allá, dice, pensamos que no iba llegar hasta aquí la lumbre, nos confiamos. En realidad, ya habíamos definido dejarlo que se queme todo, pero el apoyo de las comunidades nos animó, ya no tenemos el riesgo, agrega.
Se quemaron mangueras, ranchos, animales, un noventa por ciento de las tierras y bosques de la comunidad, de las tres mil hectáreas que tenemos. Es el incendio más grande que hemos vivido, van expresando cada uno de los comuneros que están sentados en el corredor de la agencia. El agua es escasa, tenemos que acarrearlo desde allá abajo, los pocos sembradíos no se van a lograr, ya no tenemos con que regarlo, ¿cómo vamos a recuperar el bosque? ¿Cómo lo aprovechamos? Es muchísima perdida, agrega alguien más. No tenemos un registro de todas las afectaciones, pero es necesario que nos apoyen comenta otra persona mientras mira a su comisariado.
El incendio sigue en un lugar llamado El Copal, se dirige a San Miguel Chongos. El otro incendio está en el ojo de agua, entre San José, Guadalupe Victoria y San Miguel Chongos. Ahí están trabajando los de Guadalupe Victoria y Chongos para combatir el fuego, se intercambia entre los que estábamos ahí. Vamos a esperar, no podemos movernos por ahora, vamos a seguir vigilantes para que no brote nuevamente, dice el agente mientras es llamado por una comisión de personas de Santa Lucía a su pequeña oficina. Es la comisión que fue a trabajar en el cerro carpintero para verificar que el fuego no siga.
Gracias por su ayuda, gracias a las comunidades que nos apoyaron, nosotros vamos a seguir aquí, nos dicen las tres autoridades que están parados frente a su escritorio y que siguen preocupadas por lo que vendrá en los próximos días.
* Integrante de Tequio Jurídico.