Mujer afrooaxaqueña, Chacahua, Oaxaca. Foto: Santiago Navarro F
La región carece de Fiscalía Especializada en Género y personal capacitado, asegura su titular
Bárbara Olaya tenía 6 años la primera vez que vio desvanecer y caer inconsciente al suelo a su madre. Una jarra de barro estampada en la cabeza de su progenitora y un charco de sangre, es el latente recuerdo que narra a 19 años de haber vivido aquella lejana, pero tan cercana agresión. Aquel ataque que vivió su madre por parte de su padre, fue el principio de una violencia sistemática que vivió por más de 11 años.
La oriunda de Santiago Pinotepa Nacional, una localidad ubicada en la Costa Chica de Oaxaca, entre los límites con el estado de Guerrero, asegura que después de aquel fatídico día, su vida jamás volvió a ser la misma, pues ese suceso había sentado un precedente del rumbo que tomaría.
La región costeña es reconocida por sus chilenas y por la diversidad cultural que se compone principalmente por locatarios indígenas y afrodescendientes. Pero actualmente, también es identificada por el incremento en sus cifras de violencia en contra de las mujeres, que la llegaron a posicionar como la quinta región más violenta para las mujeres oaxaqueñas, según el informe ciudadano de 2016: ¿Dónde está la esperanza? Miradas sobre la Violencia Feminicida en Oaxaca durante el Gobierno de Gabino Cué.
“La Costa es una región caciquil, caciques acuerpados en grupos de poder, con espacios de poder político y económico que garantizan su total impunidad. La vida de las mujeres costeñas transcurre en el calendario de la injusticia e impunidad”,
DE ESTA FORMA DEFINE LA SITUACIÓN DE LAS MUJERES DE ESTA REGIÓN, EVA LUCERO RIBERA ORTIZ EN SU ARTÍCULO LA VIDA Y LA MUERTE DE LAS MUJERES COSTEÑAS.
Según datos proporcionados por la Viscefiscalía Regional de la Costa, a cargo de Alejandro Peña, la región en la cual se ubica el pueblo de Barbara, actualmente registra 84 casos de agresiones por razones de género: 31 son por violación, 40 por abuso sexual, 8 por homicidio de mujeres y tan sólo 4 han sido considerados como feminicidios, de los cuales sólo tres siguen catalogados como tal, ya que uno de los casos fue desestimado recientemente por un juez local que argumentó falta de pruebas.
Peña aclara que la entidad que representa, así como los Ministerios Públicos de la región, carecen de una Fiscalía Especializada en Género y de personal suficiente capacitado en ese aspecto.
En la región de Valles centrales, la Fiscalía Especializada para la Atención a Delitos Contra la Mujer por Razón de Género, concentra 2465 denuncias por violencia contra mujeres y niñas, así como un total de 72 carpetas de investigación, de las cuales 28 han sido resueltas y 6 han sido asignada a causa.
Cifras de Consorcio Oaxaca señalan que a menos de dos años de que tomara posesión el gobernador Alejandro Murat, la actual administración acumula 206 casos de feminicidios, es decir casi la mitad de lo que acumuló el ex gobernador de la entidad, Gabino Cué, que concluyó con 472 asesinatos violentos contra mujeres.
Pero la condición de Oaxaca es un reflejo de lo que sucede a nivel nacional, pues tan sólo de 2013 a 2015, se han registrado cerca de 6488 casos de mujeres asesinadas, según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
El miedo, la ignorancia y el machismo
Después de aquél enervante y doloroso recuerdo, Bárbara narra cómo después de haber sufrido la agresión y haber estado hospitalizada, su madre trató de huir junto con ella para Acapulco. Aspiraciones que se apagaron en cuanto su padre se enteró del plan, llegando hasta el punto dónde iban a abordar el autobús para escapar, para arrebatarla de los brazos de su progenitora por más de 11 años.
“Mi padre demandó a mi mamá por abandono de hogar y gano la guarda y custodia. Él era un hombre blanco, que junto con su familia discriminaba y violentaba a mi madre, no sólo por ser mujer, sino por ser negra. Mi madre es de un pueblo que se llama La Boquilla, es una comunidad negra. La falta de educación y el miedo hicieron que su familia no interviniera, pues la familia de mi padre era de políticos priistas poderosos de la región”, cuenta con seguridad, la estudiante de Derecho de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO).
Bárbara toma un respiro y continua, “Después de eso, mi padre me mantuvo encerrada dos años, de los 6 a los 8 años, yo no iba a la escuela, pues de esa manera chantajeaba a mi madre para que regresara. Después de eso, la violencia continuó, ahora no era a mi madre a quién golpeaba, era a mí. Mi ojo derecho perdió visión por un golpe que me dió, esa fue mi condición hasta que a los 17 años decidí salir de casa y venirme a vivir a Oaxaca”
La joven costeña, asegura que en su región la ignorancia, el miedo y el machismo se vive desde los núcleos familiares, pero los que no ignoran lo que sucede, son las autoridades, pues saben de indicadores, de mujeres violentadas y humilladas diariamente, pero a pesar de ello, la mayoría de las veces le dan la razón al hombre, como en el caso de su madre, quién trato de defenderse y explicar las golpizas y humillaciones que sufría diariamente por parte de su padre, pero por el estatus social y por su condición como varón, ganó el caso.
Para la joven de 25 años, la situación es tan complicada como compleja, pues asegura que “por una parte es una sociedad que te presiona, que te inculca el miedo y la obediencia, así como unas autoridades machistas también. Pero por otro, muchas de ellas viven con vergüenza, con miedo, pues están acostumbradas a no tener la razón y a no ser escuchadas, condición por la cual la mayoría de las veces terminan regresando con sus violentadores y culpándose a sí mismas”.
Bárbara cree que a pesar del contexto de violencia que hay, en su localidad “las mujeres comienzan a despertar. “He apoyado a varios casos de la forma en cómo he podido, porque yo sé lo que se siente, pero esto tiene que cambiar, tenemos que romper con esta violencia”, asevera.
Detrás de Olaya, hay dos fotografías. Una de ellas narra su breve infancia a lado de su madre, un lapso de tiempo que aunque doloroso, recuerda con entusiasmo. Dos generaciones retratadas en una imagen, precedidas por la de su abuela, “un pan de dios”, asegura, pero “la mujer más sumisa que conozco”, lamenta.