Escenarios efímeros, violencia perpetua: la Guelaguetza y el Certamen Centéotl 2025 en Oaxaca

Foto de portada: Santiago Navarro F

El pasado 20 y 21 de julio, el Comité Organizador de la Guelaguetza, en coordinación con la Secretaría de las Culturas y Artes (Seculta), realizaron el certamen Diosa Centéotl 2025 en la Plaza de la Danza de la ciudad de Oaxaca. Contó con la participación de 39 mujeres representantes de distintos pueblos indígenas y afromexicanos del Estado de Oaxaca. 

El “Certamen Diosa Centéotl” es un evento anual realizado en la tercera semana de junio que tiene por objetivo elegir a una mujer que “represente la esencia espiritual de las festividades de la Guelaguetza”. La convocatoria va dirigida a mujeres indígenas, afromexicanas y mestizas que habitan en las ocho regiones del estado de Oaxaca. Durante el concurso cada participante tiene un lapso no mayor a cinco minutos para presentar un discurso donde debe exponer “conocimiento, identidad y herencia cultural ante un jurado calificador”. Al finalizar la intervención de todas las participantes, el jurado emite su veredicto para premiar a la ganadora.

“¡Nosotros los indígenas sólo esperamos la justicia de dios!” Fue una frase que resonó durante la última intervención del certamen. Era la voz de Patricia Casiano Zaragoza, la joven mazateca de 24 años que resultó ganadora del “Diosa Centéotl 2025”.

Este concurso, realizado en el ámbito de la Guelaguetza - mega evento que figura como un escenario de performatividad del folclor de la cultura oaxaqueña –, ha sido utilizado por mujeres indígenas como un aparente espacio de denuncia. La mayoría de las participantes comunicaron fragmentos de sus discursos en su lengua originaria y emitieron mensajes de carácter político vinculados a la defensa territorial, cultural y a la justicia social. 

“Gracias a la voz de mis hermanas este concurso dejó de ser de belleza y de conocimiento para convertirse en un foro donde tengamos que manifestar las carencias que se viven en nuestros pueblos”, dijo en su participación, Ayelet Olbera Rivera, representante del municipio de Teotongo en la región Mixteca.

El salto de lo estético y cultural a lo político ha sido tal que inclusive el tema de las mineras también fue puesto sobre la mesa. Juana Cruz Santiago del Municipio de San Pablo Guilá (Valles Centrales) expresó: “San Pablo Guilá y todo Oaxaca expresan su sentir: ¡No a la mina!, ¡no a la sobre explotación de nuestros recursos naturales!, ¡no al extractivismo! y ¡sí a la vida!”. 

Foto: Santiago Navarro F

Sin embargo, la Guelaguetza y el Certamen Diosa Centéotl tienen en común un curioso poder, el de espectaculizar momentáneamente ciertos elementos indígenas, en pro de su comercialización. Cuando los reflectores se apagan, la magia sucede, todo parece volver a la normalidad y lo “normal” es un estado de paz ficticia sobre la complejidad política y social en Oaxaca.

La última de las participantes fue una joven mazateca originaria de la localidad Palo de Marca, perteneciente a la agencia de El Carrizal en el municipio de Huautla de Jiménez, ubicado en la región de la Sierra de Eloxochitlán de Flores Magón. Su nombre es Patricia y con 24 años de edad fue la mujer seleccionada como “Diosa Centéotl 2025”. 

Patricia, durante su intervención, se centró en su historia de vida para hablar de su lengua y explicar cómo en el pasado superó las barreras sociales al hablar únicamente su lengua materna: el mazateco. “Detrás de cada mujer que logra algo hay una historia de lucha y perseverancia”, expresó en su discurso. Al finalizar agregó: “nunca olviden su lengua materna, el legado de nuestros antepasados y la herencia para nuestros hijos”. 

En entrevista para Avispa Midía, Patricia profundizó algunos aspectos que mencionó en su discurso durante el certamen.

Uno de los temas que mencionó fue el de la justicia. “La justicia sólo parece existir para aquellos que pueden pagarla y nosotros los indígenas sólo esperamos la justicia de dios. Esa frase me nació del corazón. Me basé en lo que es mi vida cotidiana, lo que yo vi que sucedió en mi comunidad. Cuando tenemos a un vecino, a un familiar que lo culpan injustamente, sin tener las pruebas necesarias y sucede que la familia no tiene los recursos suficientes para pagar un abogado”, comentó.

Palo de marca, se encuentra aproximadamente a una hora -por carretera- de Eloxochitlán de Flores Magón, una comunidad de mujeres y hombres mazatecos que desde hace más de una década luchan contra el caciquismo, por la defensa territorial y por la libertad de sus presos políticos, encarcelados a partir de delitos fabricados, para que dejen de obstaculizar los negocios de Manuel Zepeda -el cacique del municipio. Ahí se encuentran las “Mazatecas por la libertad”, una colectividad de mujeres que al igual que Casiano, han visto cómo miembros de su familia han sido encarcelados injustamente y cómo la justicia está de lado de quien puede pagarla, en este caso: de la familia Zepeda.

Otra forma de injusticia y violencia que Patricia menciona es la progresiva pérdida de la lengua mazateca en la región. Desde su perspectiva, la lengua aún se mantiene viva en las localidades ubicadas fuera de la cabecera municipal de Huautla, situación que no sucede en el Centro de ese municipio. La pérdida se debe “a la falta de interés de los padres que no transmiten la lengua a sus nuevas generaciones”, considera la joven.

Para Patricia, la responsabilidad de preservar los bienes culturales en su comunidad está en las generaciones presentes. “Estas son quienes deben transmitir sus saberes a las infancias para que estas sientan orgullo de sus tradiciones y costumbres”. 

En 1969 - cuando la festividad de la Guelaguetza estaba consolidada- la Secretaría de Turismo y Desarrollo Económico del estado de Oaxaca convocó por primera vez a mujeres de todo el Estado a participar en un certamen cuyo objetivo era ser elegida como “Diosa Centéotl”.

A diferencia de la ya conocida Guelaguetza, el certamen en cuestión había tenido poca relevancia frente a los reflectores oaxaqueños, de México y el mundo. Antes del 2024, cada participante durante su intervención explicaba diversos aspectos culturales de sus comunidades como los rituales, las danzas, los textiles, la gastronomía, entre otras actividades, pero, sobre todo, eran mujeres elegidas por su “belleza indígena”. 

Fue hasta el año pasado (2024) que el concurso tomó relevancia mediática, luego de que el mensaje de la locutora indígena Juana Hernández López -representante de Santiago Juxtlahuaca en la región Mixteca del Estado- se hiciera viral. 

Juana rompió el patrón que sus antecesoras habían seguido. No quiso demostrar un conocimiento profundo sobre su cultura, tampoco se preocupó por exaltar la belleza de sus rasgos indígenas. Más bien, habló de la migración, el empobrecimiento de su municipio, la violencia de género en las comunidades originarias y la lucha por los derechos indígenas entre otros temas político-sociales que, en certámenes pasados, habían estado muy lejos de ser mencionados. La locutora indígena fue la ganadora y una audiencia internacional aplaudió su discurso. 

Después del certamen Diosa Centéotl 2024, la ganadora Juana Hernández -quien además es socióloga rural por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), unidad Azcapotzalco- asumió en enero de este año el cargo de titular de la Secretaría de Interculturalidad y Pueblos y Comunidades Indígenas y Afromexicanas de Oaxaca (SIPCA). Cargo público encomendado por el gobernador Salomón Jara, luego de que en diciembre pasado ordenara la creación de una secretaría y dos institutos. 

La región mixteca, “por su ubicación geográfica y su conformación social, es una zona que está interconectada con todo el país y con el resto del mundo”, menciona para Avispa Mídia Marcos Espíndola, activista oaxaqueño e integrante del proyecto de escritura autónomo Espiral de Pensamiento Crítico en la ciudad. Espíndola es -al igual que Juana Hernández- de la región mixteca, una zona donde él reconoce diversos problemas sociales.

El escritor y activista oaxaqueño observa que hay una receptibilidad a la voz de los pueblos mixtecos que estos han ganado y construido a partir de luchas y “no desde la concesión altruista de los gobiernos y los medios de comunicación hegemónicos”. Es decir, que más allá de los reflectores momentáneos que el gobierno ofrece, los pueblos mantienen su resistencia.

En su andar, Espíndola se ha involucrado en procesos como: “ jóvenes intérpretes por la defensa del acceso a juicios en lenguas nativas, iniciativas de la lucha contra el cambio climático, encuentros respuesta al despojo de territorios costeros, los colectivos en lucha frente a la gentrificación, de localidades que resisten a la criminalización de sus asambleas comunitarias, iniciativas por el rescate de la fauna silvestre y  otras que reivindican la memoria desde la arqueología y la oralidad de los pueblos”, experiencias que escapan de las redes del Estado y denuncian con sus propias herramientas sus diversas realidades.

Foto: Santiago Navarro F

Lo anterior, en la lógica de Espíndola, “nos habla de una inmensa vitalidad en los pueblos que mezcla la sabiduría y la experiencia de generaciones mayores con el entusiasmo y nuevos entendimientos de las juventudes”.

“El gobierno más que un impulsor de estos procesos ha sido un obstáculo, ya que la cooptación, la burocracia y la represión, que han sido su sello, han impedido muchas de estas apuestas creativas florezcan, aun así hay quienes han peleado desde espacios más oficiales como la academia, las políticas públicas o las iniciativas de ley. Todo esfuerzo suma en la perspectiva de lucha por la vida”, asegura el activista. 

En las luchas de los pueblos oaxaqueños que pelean por sus derechos desde una perspectiva que no encaja con la indianidad “buena onda” que el Estado dibuja anualmente en temporada de Guelaguetza, el gobierno sostiene un papel antagónico. Quienes están de primera línea por la defensa territorial, ahí permanecen. Y en contraste, Juana Hernández después de ser nombrada titular de la SIPCA, no volvió a dar un mensaje tan contundente ni tan lleno de postura como el que emitió para ganar el concurso.

Guelaguetza (‘cooperar’ en zapoteco) es una palabra que refiere a una praxis precolonial común entre los pueblos originarios del mundo: el dar en forma recíproca, la compartencia colectiva que pone en el centro a la generosidad grupal y que, en conjunto, son parte de la base comunal.

La festividad, que se apropió del concepto de los pueblos, fue creada y organizada por primera vez en 1932, por miembros de la “vallistocracia” -antigua clase alta y media alta en Oaxaca-, bajo el título de “Homenaje racial”. Consistía en que una “delegación racial” -como la sociedad oaxaqueña nombraba a la diversidad cultural del Estado- de cada región participara mostrando su vestimenta, música y danza originaria.

Foto: Santiago Navarro F

Posteriormente ese homenaje fue reemplazado por una tradición virreinal conocida como “lunes del cerro”. En 1959, ambas celebraciones se conjugaron para dar origen a la Guelaguetza como la conocemos en la actualidad. 

De 1932 a 1959 la vallistocracia que organizaba estas celebraciones, lo hacía bajo el mando del gobierno municipal del centro de la ciudad. En 1980, la organización de esta festividad pasó a manos de la Secretaría de Turismo del estado y con ello inicia “la consolidación de la fiesta de la ciudad como espectáculo folclórico para el turismo”, analiza María de la Luz Maldonado en su artículo “La Guelaguetza y los procesos de simbolización de la ritualidad festiva en las comunidades de Oaxaca”.

El escenario del certamen Centéotl del año pasado y a la edición más reciente se ha visto adornado con arreglos manuales hechos con hojas de maíz, mazorcas y semillas expandidas por el espacio. Tanta alevosía al maíz no es casualidad.

Centéotl (‘dios mazorca madura’ en náhuatl’), entre los mexicas, era la deidad principal relacionada con el maíz. En algunos pueblos de Oaxaca, le rendían rituales para la buena fertilidad de la tierra y abundancia en las cosechas.

Actualmente en Oaxaca se generan 35 de las 220 razas de maíz que prevalecen en América Latina, también es una pieza clave en el proceso de la domesticación del maíz, pues en Mitla habitan las mazorcas más antiguas de América. “La fecha más temprana en México de un macro resto de maíz, le corresponde a unos olotes de la cueva de Guilá Naquitz, en Oaxaca, fechados en 6250 antes del presente” de acuerdo con datos de la revista Arqueología Mexicana.México por su parte alberga 59 razas, siendo la mayor diversidad que se conoce en el mundo. Además, la principal base alimentaria de este país se encuentra en esta semilla. 

La “máxima fiesta de los oaxaqueños” pone en el centro al folclor como mercancía. Al ser un evento organizado por el Gobierno del Estado de Oaxaca a través de la Secretaría de Turismo (Sectur) y la Secretaría de las Culturas y Artes de Oaxaca (Seculta), “la Guelaguetza también puede ser vista como una manifestación de la centralización del poder económico y político propio de la ciudad y sus dirigentes”, ahonda Maldonado y las cifras lo comprueban.

Para la edición 92 de la Guelaguetza (año 2024), se calculó que del 19 al 29 de julio la capital recibiera a más de 139,000 turistas, con una derrama económica estimada en $517,000,000 (MXN).

Otro de los eventos realizados en el marco de la Guelaguetza es la Feria del Mezcal. En su edición 25 realizada en el Centro Cultural y de Convenciones de Oaxaca del 20 al 30 de julio del año pasado, recibió a 125, 321 visitantes y obtuvo $ 31,260,367 (MXN), de acuerdo con el reporte de la Secretaría de Desarrollo Económico del Estado de Oaxaca (SEDECO).

A partir del 2 de junio de este año y hasta agotar existencias, los boletos para la Guelaguetza estuvieron disponibles con precios de $1,573.78 (MXN) para el Palco A y $1,273.96 (MXN) para el Palco B, más cargo por servicio, las áreas C y D se establecieron como gratuitas, informó el gobierno del Estado a través de sus páginas oficiales.

El costo de acceso a la Guelaguetza no cuadra con la economía de los habitantes locales que viven al día. En este 2025 en la Zona del Salario Mínimo General (ZSMG) -todo el país a excepción de la Frontera Norte-, el salarió mínimo se estableció en $278.80 (MXN) por jornada diaria de trabajo, de acuerdo con la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos (CONASAMI). 

En 2024 en Oaxaca, la fuerza laboral ocupada alcanzó un salario promedio mensual de $3,800 (MXN), de acuerdo con el portal del gobierno federal “Data México”. Lo cual significa que, en Oaxaca, quienes ejercen “oficios” ganan entre $1500 y $1600 por semana. Si un oaxaqueño con ese salario quisiera adquirir un boleto para la Guelaguetza, con buena vista y cerca del escenario, tendría que estar dispuesto a invertir la mitad de su sueldo mensual.

Hasta el 2020, en grado de rezago social por entidad federativa, Oaxaca estaba en el lugar 2 de 32, indicando que es la segunda entidad con mayor rezago social en el país; 76 de sus 570 municipios aparecen en el rango “muy alto” de rezago y 142 en “alto”, informó el índice de Rezago Social a nivel entidad federativa y municipio, presentado por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) con último corte hasta ese año. 

En esta misma ciudad, 2, 483, 644 personas (el 58.4% de la población oaxaqueña) vive en situación de pobreza. 29.1% vive en rezago educativo, sólo el 65.7% tiene acceso a los servicios de salud, el 74.3% a la seguridad social y el %21.2 a la calidad y espacios de la vivienda, datos de acuerdo con el anexo estadístico de la medición de la pobreza a nivel entidad federativa con corte hasta el 2022, emitido también por el CONEVAL. 

Foto: Santiago Navarro F

¿Qué significa realizar un evento de acceso inasequible en la entidad que ocupa el segundo lugar de rezago social a nivel país?, ¿cuáles son los beneficios de ese arribo turístico tan masivo y su exorbitante derrama económica para la población oaxaqueña que no pertenece a la industria hotelera, mezcalera y turística en general? Quizá ninguno. Probablemente su lugar sólo sea el de espectadores que visualizan la masiva llegada de turistas para ver el performanceo en escena de ciertos elementos culturales. La creciente sensación de sentirse extraños en su propia tierra.

Si afinamos la mirada, ¿qué podemos avistar entre el cada vez más amplio colorido de los listones, entre la manta cada vez más blanca de la vestimenta que portan los bailarines, entre los maquillajes cada vez más cargados, entre las canastas cada vez más adornadas y entre los guaraches o botas cada vez más perfeccionados y relucientes? Una creciente sofisticación de la imagen india, afro y mestiza en Oaxaca: una purificación de identidades en pro de su comercialización.

Un proceso de refinamiento -por no decir blanqueamiento- en cada una de las danzas y jarabes, que es imprescindible en la oferta y demanda del folclor oaxaqueño, porque claro ¿quién pagaría por consumir un espectáculo rústico, que de acuerdo a la expectativa turística que apela lo fantástico, rayaría en lo simple?

Por mientras, la paradoja permanecerá en el aire: entre más pretenden mostrar lo verdaderamente “autóctono”, más se alejan de los orígenes auténticos que buscan representar.

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