Foto de protada: Renata Bessi
Hay un lugar donde fluyen los ríos, donde vive la cura de la Tierra; donde se encuentra la reserva espiritual de la vida, las medicinas y los conocimientos para vivir bien; donde las comunidades mantienen la esperanza, cuidan y nos cuidan. Ese lugar es la Amazonía. (Pueblos reunidos en la segunda Asamblea Mundial por la Amazonía, Belém, Brasil, 2022).
Si existe un lugar de esperanza para frenar lo que se ha llamado crisis climática este lugar es la Amazonía. Esta fue una idea presente y recurrente tanto en las charlas públicas como en las pláticas en los pasillos de la Asamblea Mundial por la Amazonía (AMA) que se realizó en Belém, Brasil. “Existe solamente un antídoto contra la desesperación y este antídoto está aquí [en la Amazonía]”, sintetizó el ambientalista y profesor de la Universidade Estadual de Campinas (Unicamp), en Brasil, Luiz Marques. Eso porque el territorio amazónico es “un elemento crítico del sistema Tierra”.
Científicos han definido 17 países como los más mega diversos del punto de vista biológico. Cinco de ellos están en la Amazonía, la cual representa 50% de las reservas tropicales mundiales. “Nosotros no vivimos sin la biodiversidad y el centro de la biodiversidad del mundo está aquí. (…) La Amazonía está en el centro del planeta”, explica.
Cualquier destino de la Tierra y de sus habitantes, sigue el profesor, depende en gran medida del destino de la Amazonía. Muy sencillamente, sentencia, “si no se conserva el bosque amazónico no habrá vida de especies vertebradas en el planeta”.
Si el territorio amazónico es el lugar de esperanza, también es el escenario de una guerra. “Existe una guerra contra la Amazonía. Es la guerra más importante, con impacto mayores y más cruciales, que cualquier otra guerra hoy en el mundo, incluso la de Ucrania”, analiza.
Los datos lo demuestran. Entre 2001 y 2019, el 13% de la Amazonía, superficie de 1,1 millones de kilómetros cuadrados, equivalente a todo el territorio de Bolivia, fue devastada por el avance del fuego y una porción superior al 17% de su superficie ya ha sido perdida debido a la deforestación.
El estudio Amazonía contra el reloj: Un diagnóstico regional sobre donde y cómo proteger 80% hasta 2025, publicado en septiembre de 2022, revela que el 26% de la Amazonía ya está altamente degradada, alcanzando el punto de no retorno.
Otros estudios científicos muestran que, en 2050, si no se hace nada para contener la destrucción, se perderá por lo menos 50% de las especies de árboles de la Amazonía, en un escenario de conflicto social y de intenso cambio climático.
Las consecuencias de la deforestación ya son profundas. Es una región de bosque húmedo que hoy sufre sequías. De acuerdo con la ecóloga e investigadora del Museu Emílio Goeldi, Irma Vieira, el ciclo hidrológico en la región, por ejemplo, ha sufrido cambios que se reflejan en la alteración de los patrones climáticos de precipitación y variaciones en los niveles de los ríos.
Sin hablar de la contaminación de las aguas. Lolita Piyaguaje, de laConfederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana (CONFENIAE), vive en una región impactada por la minería y la extracción de petróleo. “El agua que consumimos está contaminada, el pescado, fundamental en nuestra alimentación, igual. El Estado hace oídos sordos”.
Para que se haga idea de la importancia de los ríos de la Amazonía a nivel mundial, solamente el Río Amazonas, el más largo y caudaloso del mundo, es responsable por casi 20% del agua dulce que alimenta los océanos a nivel global. Esta agua se mueve por las corrientes oceánicas y es responsable por influenciar las condiciones climáticas y de vida de otras partes del globo terrestre.
De acuerdo con la investigadora, por lo menos 30% de la deforestación de los últimos dos años de la Amazonía brasileña – incluyendo los terribles incendios que el mundo asistió durante la pandemia de Covid-19 - están asociadas a laventa ilegal de tierras públicas (grilagem, término portugués para referirse al acaparamiento ilegal de tierras)), lo que incluye las tierras indígenas. “La grilagem calienta el mercado de tierras y amplifica los problemas ambientales en la región”, sostiene Vieira.
Se deforesta, se transforma ilegalmente las tierras públicas en tierras privadas y estas son utilizadas para la expansión de la frontera del agronegocio - con los monocultivos de soya y la producción de carne, por ejemplo -, del sector minero y megaproyectos.
La responsabilidad de lo que está pasando en la Amazonía no recae solamente en Brasil o en los demás países - Colombia, Ecuador, Perú, Venezuela, Bolivia, Guyana, Guayana Francesa y Surinam - que componen la región Panamazónica. La Amazonia está inserta en el escenario internacional a través del sistema energético global, con la producción de petróleo, del sistema de minería global y, principalmente, a través del sistema alimentario global.
Solo la Amazonía brasileña posee casi 70 millones de cabezas de ganado, lo que significa cuatro veces más la población humana de la región, lo que vuelve posible abastecer 20% de las exportaciones de carne bovina en el mundo, de acuerdo con datos de Marques, investigador de la Unicamp. “Son 600 mil quilómetros cuadrados de forraje en la Amazonia brasileña”.
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Además, 80% de la soya producida en la Amazonía brasileña es transformada en ración para animales que alimentan las poblaciones de China, Europa y Estados Unidos. “La Amazonía es el centro neurálgico del sistema alimentario globalizado”, sostiene el investigador.
Para el profesor, la situación “es crítica como jamás ha sido” y una de las acciones urgentes es sacar la Amazonía de esta “estructura y de este engranaje globales” de producción.
Leyes y Constituciones
Si una de las soluciones vislumbradas es sacar la Amazonía del engranaje de la producción mundial, las acciones de los gobiernos de la Panamazonia han sido en la dirección contraria.
“Nuestros países en estos momentos tienen responsabilidad sobre lo que pasa en la Amazonía. Las entregas de nuestros territorios desde los Estados se han convertido en una cuestión permanente. Los Estados a través de las Constituciones y las leyes van regalando nuestros territorios, sin importarles para nada la existencia de los pueblos indígenas”, sostiene Denisse Chávez, activista ecofeminista del Grupo Impulsor de Mujeres y Cambio Climático, de Perú.
La visión que ha predominado en los distintos gobiernos de la región es la ‘desarrollista’ que tiene que ver con el mandato de conquista de estos territorios, como si estuvieran vacíos, un territorio a ser explotado. “Este imaginario se exacerba en momentos de crisis como se fuera un salvoconducto los territorios y sus recursos”, sostiene Liliana Buitrago, del Observatorio de Ecología Política, de Venezuela.
Por ejemplo, el decreto del Arco Minero del Orinoco, en Venezuela, no ha sido desarrollado en su totalidad, pero “ha hecho uso de las economías y formas instaladas de gobernanza local mafiosas para desarrollar este imaginario de desarrollo; al sur del Orinoco se queda 80% de nuestros bosques, hoy en día altamente afectados”, explica Buitrago.
La minería ilegal parece que “se está institucionalizando en lugar de estar desapareciendo; Venezuela no era un país minero como ha sido el mal destino de muchas de las economías de nuestra región, sin embargo, el empeño desarrollista es poner entre los principales países mineros de la región”, sostiene Buitrago. De manera que “tenemos que superar esta visión y reivindicar que estos territorios son vivos y no están vacíos”.
Por eso, diversas fueron las manifestaciones de los pueblos durante la Asamblea Mundial sobre la necesidad de fortalecer la autonomía de los pueblos y los autogobiernos en la Panamazonia. “Nos comprometemos a construir y fortalecer procesos de reconocimiento de territorios, autogobierno y autonomía como expresión de nuestros derechos a la libre determinación de los pueblos indígena”, dijo Denisse Chávez.
La presidente de la Confederación Nacional de Mujeres Indígenas de Bolivia, Wilma Mendoza, organización que aglutina a 34 naciones indígenas, mencionó la dificultad de ejercer la autonomía, mismo con el reconocimiento de los territorios por parte de los Estados. “Tenemos tres territorios que en los últimos 10 años se reconoció la autonomía, pero no se permite ejercer esta autonomía bajo el derecho colectivo”.
Falsas soluciones
La presente década representa la última oportunidad que tendrá la humanidad para evitar la profundización de la crisis climática y la caída a un escenario de caos en el mundo. Esta es la lectura que se ha hecho de los últimos informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés).
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“Si ésta es la década decisiva, nos quedan 90 meses para dar una respuesta al grito de la Amazonía. Dar una respuesta en tiempos que serán cada vez más de conflicto, de persecución, pero también de levantamientos, de reacciones y reivindicaciones”, sostiene Dario Bossi, de la Red Iglesias y Minería.
Desde la AMA se hace la evaluación de que el sistema de conferencias del Clima de la ONU, las llamadas COP, espacios donde los países se reúnen para buscar soluciones a la crisis climática, está fallido. “Las COP han sido capturadas por corporaciones y gobiernos petroleros (…), por las lógicas del poder y el capital”, manifiesta la Asamblea en un documento.
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No es coincidencia que las conferencias de 2022 y 2023 se realizarán en Egipto y Emiratos Árabes, dos países productores de petróleo en los cuáles está restringida la participación de la sociedad civil.
Las Naciones Unidas fueron capturadas “por las grandes corporaciones transnacionales que invierten billones de dólares para mantener el estatus quo de las negociaciones climáticas para seguir lucrando con la extracción y los subsidios a los combustibles fósiles, la expansión de la frontera agropecuaria, y la promoción de falsas soluciones tecnológicas y de mercado que impactan sobre los ecosistemas y provocan conflictos al interior de organizaciones indígenas y sociales”, dice otro documento de la Asamblea.
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Los pueblos y organizaciones rechazan “los falsos discursos de ‘cero emisiones netas para 2050’, los nuevos mecanismos de mercados de carbono y la financiarización de la naturaleza”, los cuales han sido presentados y consolidados en las COPs como solución a la crisis.
Dicho posicionamiento fue tomado pese a la notable presencia de organizaciones conservacionistas en la segunda AMA, como la WWF (Fondo Mundial para la Naturaleza), que promueven programas, incluso en la Amazonía, de financiarización de la naturaleza.
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La indígena Luz Mary Panche, del pueblo Nasa, departamento El Caquetá, Colombia, hizo un llamado para que “analicemos este marco y las políticas públicas, como le llaman, porque la política ambiental nacional e internacional se ha sustentado sobre una falsa ideología, una falsa promesa que dice que quien contamina paga y quien tenga plata que contamine lo que quiera”.
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Y continua: “Nos han hecho creer que nosotros vendiendo oxígeno, los ciclos de vida, vendiendo y comprando bonos de carbono [saldremos de la crisis]; pero es un marco de comercialización que prostituye y le pone precio a todo. Este precio es irreal porque el dinero es irreal, los billetes son papeles. La riqueza que tenemos es la tierra, es nuestra agua limpia, es nuestra selva, es nuestro oxígeno. Somos millonarios los que vivimos en este punto tan privilegiado de la tierra. Eso tenemos que tener pendientes, no somos pobres. Las mineras, las petroleras no nos van a sacar de la pobreza. Nosotros somos los que vamos sacarlos de su estupidez para que aprendan a respetar a la vida”.
Asambleas de la Tierra
La propuesta de los pueblos y organizaciones de la Amazonia reunidos en la segunda AMA es que los pueblos de todo el mundo inicien, desde sus espacios y regiones, las Asambleas por la Tierra que sirvan de contrapunto a las COPs. “La idea es que empecemos un proceso de constitución internacional de asambleas que ofrezcan una alternativa a aquello que está siendo la gestión del colapso ecológico del planeta”, sostiene José Correa, de la Asamblea.
El objetivo es construir alternativas sistémicas, es decir “repensar el modelo como un todo, pensar transiciones justas que sean hechas desde el protagonismo de los pueblos”, dijo Bossi.
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El llamado desde la Amazonía es que se realicen Asambleas nacionales y regionales para avanzar hacia a una Asamblea Mundial de la Tierra al final de 2023, de manera que sea posible articular el accionar contra las diferentes crisis a nivel ambiental, económico, militar, político y social.
“No habrá solución a la crisis climática si sólo se piensa en términos del clima. La lucha contra el cambio climático está intrínsecamente ligada a la lucha por la paz, por la sobrevivencia de territorios como la Amazonía, por la soberanía alimentaria, por la democracia, por los derechos humanos y por la superación de la crisis de los cuidados”, sostienen los pueblos amazónicos en un comunicado.