Protestan contra el despojo de los espacios públicos en la ciudad de Oaxaca

Foto por Jorge González

Por Jorge González/ Renato Galicia 

Artesanos, activistas culturales, pequeños comerciantes y habitantes del centro de Oaxaca protestaron contra las políticas de despojo de los espacios públicos de la ciudad de Oaxaca, impulsadas por los gobiernos estatal y municipal, encabezados por Salomón Jara Cruz y Raymundo Chagoya Villanueva, respectivamente.

En el foro Voces contra el despojo, efectuado este domingo 6 de abril en la plazuela del Carmen Alto de la ciudad de Oaxaca, integrantes del Tianguis Cultural Libertad y Resistencia (TCLR),  el Tianguis Literario Autónomo y Popular (TLAP), el Colectivo Oaxaqueño en Solidaridad con Palestina y el Cencos 22 criticaron el impulso gubernamental al proceso de turistificación y despojo cultural aplicado contra el oaxaqueño de a pie.

Denunciaron que el incremento a las cuotas por la ocupación del espacio público es una estrategia para despojarlos y desplazarlos de su fuente de trabajo. "Llevamos 18 años laborando en la plazuela del Carmen Alto, hemos funcionado sin líderes corruptos, como un colectivo, tomando decisiones entre nosotros", precisó un representante del TCLR.

En el encuentro, distintos exponentes enfatizaron el hecho de que históricamente el espacio público de Oaxaca ha sido subarrendado por las élites económicas y políticas. 

Hay que recordar que desde antes de los años ochenta del siglo XX, pero sobre todo a partir de entonces, las políticas del despojo de los espacios públicos y privados han avanzado implacablemente en la capital del Estado.

En los sesenta y setenta, de acuerdo con cronistas como Luis Castañeda Guzmán, tales políticas ya eran agresivas, consistían en, por ejemplo, permitir que particulares del centro taparan los ductos de las azoteas de las viejas casonas de adobe para dejar que la lluvia provocara que raíces y agua penetraran y filtraran las paredes, las agrietaran y hubiese así pretexto para derrumbarlas a fin de convertir el predio en estacionamiento.

En los ochenta, los gobiernos empezaron a ceder para que los balcones de herrería de las viejas casonas se convirtieran en puertas que sirvieran de acceso a espacios habitacionales vueltos locales comerciales.

En los noventa, si uno subía a la azotea del exconvento de Santo Domingo, la disparidad en la altura de los inmuebles del centro era ya evidente, contrariando así la tradición arquitectónica oaxaqueña que históricamente era, salvo en el caso de los inmuebles coloniales, de una sola planta, como ha dicho el arquitecto Enrique Lastra.

En la primera década del siglo XXI, el zócalo, la Alameda de León y el Paseo Juárez el Llano sufrieron una transformación radical. Sus pisos de cantera verde fueron sustituidos por adoquines industriales que vendía un personaje cercano al régimen del entonces gobernador Ulises Ruiz Ortiz, y fueron derribados árboles emblemáticos, entre ellos, varios laureles históricos, por incapacidad, negligencia y prepotencia—práctica malsana que se ha repetido de forma sistemática e indiscriminada hasta la actualidad.

Hoy, las políticas del despojo y sus daños se han diversificado de manera exponencial, sobre todo porque están inscritas dentro de los procesos de gentrificación y turistificación operados y gestionados por agentes y factores globales y locales.

Contraviniendo la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicas, Artísticos e Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) —organismo convertido en ornato, unas veces, y cómplice, otras—, los daños abarcan azoteas de inmuebles patrimonio de la humanidad transformados en restaurantes de élite; otros que sólo mantienen la fachada y cuyo giro es totalmente comercial, a grado tal que sus interiores arquitectónicos y su uso como viviendas han desaparecido por completo para dar paso a espacios adaptados como antros, hoteles-boutique, tiendas de conveniencia, plazas comerciales, cafeterías de cadenas nacionales e internacionales, mezcalerías y “museos del mezcal”, galerías de la alta cultura, espacios artísticos de élite y un etcétera interminable.

Andadores turísticos y calles céntricas asépticas en las que se aplica una especie de limpieza social, sin vendedores tradicionales callejeros. En cambio, estan plagados de hordas del turismo de diversión.

Tradiciones como las calendas convertidas en adornos de bodas de parejas extranjeras y nacionales que toman la calle por asalto —igualito que en Iztapalapa la raza vuelve salón de fiestas la vía pública, pero de signo contrario—, la cocina indígena y popular vuelta gastronomía de alto nivel y las cocineras caseras y callejeras sustituidas por chefs de cocina de autor.

Mercados, espacios emblemáticos como la antigua estación del ferrocarril y plazas públicas negociadas con el mejor postor, sean líderes o políticos poderosos, fundaciones como la del multimillonario Alfredo Harp Helú o grupos de choque disfrazados de sociales.

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