El sur y sudeste de Brasil son las regiones más ricas de este país y las más industrializadas de América Latina. Sólo el sudeste es responsable del 60% de Producto Interno Bruto (PIB), donde el 90% de la población se concentra en zonas urbanas. También en esta geografía de la modernidad se encuentra un territorio indígena que agoniza: el de los Guaraní, ubicados principalmente a la orilla del Océano Atlántico en los estados Rio Grande do Sul, Santa Catarina, Paraná, São Paulo, Rio de Janeiro, Espírito Santo y Mato Grosso do Sul. Los Guaraní constituyen el mayor pueblo indígena de Brasil, cuya población se estima en más de 50 mil personas.
La Mata Atlántica, de donde los Guaraní son originarios, es un ambiente fundamental para la reproducción física y cultural de las comunidades, que para 2011 estaba reducida a un 22% de su dimensión original, según el Ministerio del Medio Ambiente. De este total, solo el 7% está bien conservado. «Los procesos económicos, desde la colonización del país, orientados hacia la perspectiva de crecimiento y desarrollo, fue destruyendo la Mata Atlántica y acorralando a los indígenas», afirma para Avispa Midia la antropóloga María Inés Ladeira, del Centro de Trabajo Indigenista (CTI), que lleva por lo menos tres décadas documentando el tema.
La imagen de encierro de los Guaraní se visualiza por los datos generales de las áreas regularizadas en Brasil. De las tierras indígenas regularizadas en términos de superficie, 98,75% están en la Amazonía. No obstante, de 896 mil 917 indígenas existentes en Brasil, 554 mil 81 viven en otras regiones del país, de acuerdo con el Censo del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) del 2010, contando sólo con el 1,25% de la extensión de tierras indígenas regularizadas, de acuerdo con el Informe sobre la Violencia contra los Pueblos Indígenas en Brasil 2013, del Consejo Indigenista Misionero (CIMI). «No es que en la Amazonía se tenga mucha tierra regularizada, fuera de estas áreas indígenas son mucho peor, porque son extremamente pequeñas, por lo que es imposible que los indios pueden establecer su espacio de vida y vivir con dignidad», explica María Inés.
Una forma de violencia, documentada por este informe, fue el hecho de que la mandataria de Brasil, Dilma Rousseff, detuviera los procesos de demarcación de las tierras indígenas.
La actitud de paralizar los ya morosos procesos en curso demuestran que las atenciones del gobierno están enfocadas a los sectores de la economía y de la política ligados al latifundio, al agronegocio, a los contratistas de las mineras y empresas de energía hidráulica, que tienen como objetivo exclusivo la exploración de la naturaleza en tierras tradicionalmente ocupadas por pueblos indígenas —afirma el documento del CIMI.
La demarcación de las tierras ha sido un recurso de la lucha indígena en Brasil, aunque la delimitación de un área va en contra de la lógica de la concepción misma de la Nación Guaraní, que no contempla las fronteras de los Estados nacionales de América del Sur. «Para los Guaraní, la demarcación significa reducir su territorio y su propio encierro. No obstante, están conscientes de que, en el mundo actual, esta es la única alternativa», sostiene la antropóloga María Inés.
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) ha registrado por lo menos 50 millones de indígenas en América Latina. Brasil sigue siendo el país con mayor diversidad de lenguas indígenas con 204 pueblos y 180 lenguas, que sobreviven a pesar de que una gran parte de ellas fueron sepultadas con el exterminio de pueblos enteros durante la colonización europea y en la época de la dictadura, seguido por la agricultura expansiva e industrial, denominada Revolución Verde.
La nación sudamericana
Si bien es cierto que la condición de vida de los guaraníes de hoy es crítica, también es cierto que su supervivencia no es mera coincidencia, en ellos residen lazos de fortaleza. Tal vez la principal proviene de su identidad y de su integración, que se extiende a los territorios de Argentina, Paraguay, Uruguay y Bolivia, formando lo que ellos consideran la Nación Guaraní.
Los Guaraní no tenemos fronteras. Nuestros caminos cruzan por las fronteras que ustedes crearon. Nuestra cultura está dentro de la naturaleza, ahí esta nuestra historia, ahí nacemos, vivimos y morimos, nosotros convivimos con ella. Pero cuando nos ven dentro de la naturaleza nos consideran vagabundos y nos consideran devastadores de la naturaleza, nosotros somos nativos junto con los árboles. Los Bandeirantes [durante la colonización, hombres aislados del comercio y sin alternativas económicas, atacaban a los indígenas para hacerlos esclavos y venderlos principalmente en regiones productoras de azúcar] y los que vinieron a buscar oro han acabado con los indios y con la naturaleza, y quieren más —dijo uno de los líderes llamado Ari, de la aldea Tekoapyau de Jaragua, en São Paulo, Brasil.
De acuerdo con Carlos Frederico Marés de Souza Filho, profesor de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Paraná, el límite de un Estado moderno va hasta donde su ejército puede defender y hasta donde su policía puede garantizar, importa poco la cultura, lo que une a un pueblo, una lengua, una religión o una relación simbólica con el medio ambiente.
Para el profesor, esta simpleza de la modernidad en relación con el territorio –que se desarrolla en la propiedad privada, versión individual de la soberanía del Estado– históricamente significó que cuando los gobiernos de América Latina reconocieron los derechos de los pueblos indígenas, sólo lo hicieron mientras fuera un área particular y demarcada, un pedazo de territorio bajo la soberanía y jurisdicción del Estado respectivo, con frecuencia dividiendo a los pueblos, como lo hicieron con los propios guaraní.
Comparativamente, «es generoso el concepto de territorio del pueblo Guaraní: la existencia de otros seres, incluidos los humanos, no les incomoda, mientras no esté cortando el Jerivá –palmera nativa de la Mata Atlántica– o contaminando el agua», dijo Marés de Souza Filho –quien escribió el prólogo del libro de María Inés Espacio Geográfico Mbya-Guaraní: significado, constitución y uso, fruto de su tesis de doctorado.
El camino es parte del lugar
En Brasil recae sobre el pueblo Guaraní el preconcepto de ser nómadas, vagabundos y que por esto no se asentaron en alguna tierra. «Dicen que no somos de aquí, somos de Paraguay. Mi padre escuchó en algún momento a las autoridades del Estado y gente de la FUNAI [Fundación Nacional del Indio] de Pará, que no nos daría la tierra, pero sí un billete de vuelta a Paraguay», cuenta John Guaraní, conocido como Maranhão, quien vive al norte de Brasil, en Estado de Pará.
La investigación de maestría de María Inés, titulada Caminar sobre la luz: el territorio Mbya frente al mar, trató de desmitificar esta concepción estereotipada respecto a los Guaraní, la cual muestra que el desplazamiento es sólo una parte de la construcción del territorio tradicional, que pasa por encima de muchas fronteras nacionales del continente sudamericano. «No se les puede tachar de vagabundos, simplemente ocupan un territorio que forma parte de la cosmovisión guaraní, que les da acceso a las deidades», explica.
De acuerdo con la antropóloga, para los Guaraní, todos los seres que viven en la tierra poseen sus lugares en el mundo. «Y todo también tiene camino, el camino es parte del lugar, porque nada está fijo, ni las aguas ni el viento. Así, los lugares/caminos del viento no pueden ser detenidos. Los caminos de las aguas no deben ser desviados, así como las orillas de los ríos son parte de los ríos. Cuando los espacios, lugares y caminos, de estos elementos son invadidos nos quedamos sujetos a las reacciones naturales».
ASIMISMO,«los guaraní mencionan que realizan [reproducen] en la tierra los mismos movimientos y caminos que realizan sus Nhanderu –El dios verdadero– quien garantiza la certeza de no perderse en el camino y de llegar al lugar»,
COMENTA MARÍA INÉS.
Para ella, lo que retiene en el mundo terrestre (yvy vai), lo que se fija en el espacio y se configura como territorio, es lo que se mueve dentro de él. «Si se trata de un precepto general (universal), en el caso de los Mbya no es inconsciente. Este movimiento, cuidar el territorio, se practica con perseverancia, incluso en las condiciones más adversas, para todos los seres y las especies que interactúan en el mundo Mbya en muchos ámbitos (simbólicos, terrestres, celestes), incluyendo a los propios Mbya como parte activa y conductora de un proyecto conjunto de la recreación y la conservación».
Tierra sin mal
Según el antropólogo de la Universidad Federal de Río de Janeiro, Rafael Fernandes Mendes Júnior, quien desarrolló investigaciones de maestría y doctorado sobre los Guaraní, ha documentado que ellos comienzan a emigrar a Brasil en el siglo XIX. Fueron grandes migraciones y vinieron caminando con el objetivo de encontrar el lugar adecuado para permitir el paso a la tierra donde no existe la maldad, espacio mítico y sagrado en su cultura. «Y en la medida en que fueron llegando a la región sureste del país fueron encontrando hostilidades de los brasileños. Los masacraron, murieron por enfermedades, esclavizados y los pocos pueblos que pudieron instalarse aquí, fueron a la Sierra del Mar, en las zonas menos demandadas por la agricultura», explica el antropólogo.
Al preguntarle por qué buscaban tierras costeras, Mendes Júnior explica: «El mar era la gran división entre la tierra y la otra tierra, la tierra sin mal. El sentido de la búsqueda era esta, llegar a la orilla del mar para cruzar el mar y vivir del otro lado. El mar es el elemento del pasaje a la tierra sin mal».
Aldeas conectadas
En la Nación Guaraní todos los pueblos están conectados entre sí. El estilo de vida Mbya-Guaraní define una ocupación territorial plenamente imbricado dinámico en las redes de parentesco, y esta asociación es la base de apoyo de la sociedad. La movilidad es, por tanto, inherente a este sistema, así como las relaciones de parentesco podrían ser referencias a los movimientos migratorios.
Todas las aldeas, independientemente de la situación jurídica, mantienen un fuerte vínculo por las relaciones de parentesco. Si se hiciera un árbol genealógico de las aldeas, se percibiría eso. Los casamientos configuran una espacie de tejido en las aldeas, creando un tipo de red de parentesco. Es por donde circulan los conocimientos, las relaciones de reciprocidad. Todo fluctúa en función de las conexiones, las alianzas de parentesco y solidaridad que se van haciendo por las nuevas generaciones —explica María Inés.
El pueblo Guaraní es una sociedad, afirma Mendes Júnior, donde los primos-hermanos son tratados con la misma nomenclatura que los hermanos, así que no hay matrimonios entre ellos y buscan relaciones con otros núcleos para casarse.
«En este cambio los hombres acostumbran a vivir con la familia de la mujer. Es un núcleo que crece alrededor de una pareja casada de más edad con las familias de sus hijos solteros y los hijos de sus hijas. Una mujer también puede ir a vivir con su suegra. Generalmente estos son los modelos de residencia, no es absoluto, sino que es una tendencia», explica el antropólogo.
De acuerdo con Ladeira, el sistema de reciprocidad, la participación de las familias de las diferentes aldeas acaban definiendo el diseño del mundo Mbya. «No basta con que las aldeas estén distribuidas, es necesaria la reciprocidad entre los grupos familiares. Una unidad familiar que se aísla pierde indefinidamente su vínculo con el territorio. Por lo tanto es necesario establecer lazos de parentesco y la reciprocidad de mantener el vínculo territorial».
Nuevas formas de violencia
Entre las aldeas guaraní existe una gran dependencia de la donación de despensas y de programas de transferencias de ingresos del gobierno federal; sin embargo, no hay suficientes programas para garantizar la seguridad alimentaria de las comunidades. Además, la mayor parte de la tierra indígena se concentra en la costa. En los municipios costeros las actividades y proyectos relacionados con el turismo y la recreación son un pilar importante de la economía local. La intensa actividad turística en la región genera vectores de presión sobre las tierras indígenas, tales como la urbanización costera y la especulación del suelo.
La situación de los indígenas en Brasil es hipócrita, es una hipocresía del Estado y de la sociedad brasileña, porque el indígena que tiene contacto con la sociedad, se destruye y desaparece. Se han perdido mas de 600 lenguas por las políticas del Estado. Durante la dictadura se siguieron ocupando sus tierras, se asesinaron y se destruyeron etnias enteras, hoy la situación no ha cambiado mucho, hoy día podemos hablar de una neocolonización —subraya el investigador y agrónomo Sebastião Pinheiro, para Avispa Midia