Condenadxs a la deuda: crisis económica y tecnocracia neoliberal

La penuria de ‘la crisis económica’ se ha convertido en la prosa más proclamada de los últimos meses, no tan sólo en Chile, sino que en toda la región latinoamericana. Sin embargo, la explicación política de la crisis no está en discusión, no sabemos cómo opera la crisis en términos teórico-políticos y no meramente como una explicación tecnócrata de desequilibrios matemáticos a raíz de la pandemia.

La discusión ha sido atrapada por ‘expertxs’ o ‘técnicxs’ en modelos económicos que excluyen de sus fórmulas y planes a los pueblos que siempre han terminado pagando el precio de las crisis.

Hasta el momento no sabemos por qué, a nivel global, la crisis sólo afecta a los millones de súper pobres y no a lxs súper ricos. Hasta ahora no se ha explicado por qué mientras en nuestros países del sur global el hambre aumenta, en el norte Wall Street cerró su mejor trimestre (abril-junio) en más de 20 años[1], con los sectores energético y tecnológico liderando la maximización de ganancias en el mercado financiero.

Pero en plena pandemia el éxito financiero no es exclusivo de ese norte; en Chile, la bolsa de Santiago reportó que “los mayores ganadores del período fueron Colbún (Grupo Matte), una de las apuestas preferidas de las corredoras en el sector energético, que escaló más de 49%; Entel (Grupo Matte), que se elevó un 46%; y la acerera CAP, que se ha apreciado casi 45% de la mano del rally en el precio del hierro”[2]. 

Entonces hay una crisis económica, pero no una crisis del sistema capitalista. La matriz capitalista no está en crisis, la arquitectura financiera mundial no está en crisis, los fondos financieros internacionales no están en crisis y las corporaciones offshore tampoco están en crisis.

En estas tierras, el Grupo Matte, una de las familias súper ricas de Chile, sigue acumulando ganancias mientras pone en marcha una ambiciosa cartera de proyectos extractivistas [3];paralelamente, desde el corazón del capitalismo global, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva, en respuesta a los indicios de austeridad gubernamental, señala: “Mi mensaje es: gastar, gastar, gastar. Por favor, gasten tanto como sea posible”Su mensaje nos obliga a asumir que la relación colonial que reproduce la deuda externa es la única salida a la crisis, una salida que nuevamente condena a los pueblos empobrecidos y precarizados del sur global a la dependencia financiera internacional y significativamente a sus ‘ajustes’ económicos. 

Considerando, además, que no es una discusión abierta el carácter público o privado de la deuda, no es menor preguntarse si corresponde a todxs pagar los préstamos contraídos para ‘fomentar la inversión’ que aumentará las ganancias de lxs ‘súper ricxs’.  

En este escenario, es importante aclarar que la explicación de la actual crisis se encuentra atrapada en una lógica institucionalista que gestiona la economía como ciencia-técnica, una gestión de expertxs reducida a indicadores económicos, por ejemplo: Producto Interno Bruto (PIB), Inflación (o Índice de Precios al Consumidor-IPC), desempleo, tasas de interés. En esa lógica de comprensión y reducción de lo económico a factores  macroeconómicos, se invisibilizan relaciones de producción, distribución y acumulación, relaciones de explotación de la naturaleza y el trabajo humano, condiciones de intercambio comercial o circulación de mercancías desiguales y la maximización de la ganancia a nivel financiero, entre otros; cuestiones que no son abordables desde las economías nacionales, pues responden a las dinámicas de dominación del sistema-mundo capitalista.

Esta lógica institucionalista ha despolitizado la vida pública y ha fetichizado la economía como un ámbito ‘disciplinar’ disociado de lo social y de los territorios que la (re)producen. La economía ha pasado a ser un objeto de conocimiento separado de sujetxs historizadxs, un campo de teorización/especialización y aplicación donde sólo hay agentes económicos contingentes, sin historia, una disciplina de la modernidad capitalista incapaz de reconocer formas de intercambio tradicionales y economías territorializadas.

 Esa economía cientificista se mueve en función de indicadores e índices, desconociendo los espacios de la economía de resistencia cotidiana, aquella que permite, en medio del capitalismo voraz, reproducir la vida en intercambios de calle, gracias a la venta de colaciones caseras a oficinistas, de coleros y coleras, de papas de barbecho y hortaliceras. Espacios de amplificación de mercados del rebusque, del peso a peso, de la venta a luca, de los pitutos y los pololitos de barrio. 

Toda una economía desplegada por familias extensas y/o comunidades, organizada en torno al trabajo precarizado, la sobreexplotación y el trabajo informal, acompañado de todas las violencias que ello desencadena. Economías informales, incontrolables, y por lo mismo criminalizadas, como la venta de hortalizas frescas que viajan día a día del campo a la ciudad o la venta callejera de las ‘novedades’ chinas que operan sin patentes municipales. 

A pesar de la ilegalidad y ‘criminalización’ de estas formas de intercambio, son finalmente estas dinámicas las que mueven los indicadores e índices macroeconómicos; pues no podemos desconocer que son, justamente estos grupos precarizados los que mueven la productividad y sobre todo el consumo, a través de los círculos viciosos de crédito y endeudamiento, que los mantienen encadenados a las tarjetas del retail y el supermercado. 

En consecuencia, el análisis económico tecnocrático supone un orden social dado. Es decir, hay una única forma de vida, que es la capitalista (considerada la única forma de política y de existencia). En este horizonte, las crisis son ‘oportunidades’ para realizar ‘ajustes’ o ‘reformas’ dentro de la institucionalidad económica ya existente, donde las instituciones como el Banco Mundial, el FMI, el Banco Interamericano del Desarrollo (BID), la Organización Mundial del Comercio (OMC) y el G20, junto a potencias como EE. UU. y China, harán los ‘ajustes’ necesarios que permitan que dichas oportunidades sean capitalizadas. 

De hecho, mientras millones de ‘súper pobres’ son condenadxs por la crisis pandémica a la explotación, la enfermedad y la hambruna, lxs ‘súper ricxs’ de los sectores energético y tecnológico, gestionan exitosamente sus inversiones, proyectando un nuevo ciclo de crecimiento que demanda más y más bienes naturales de un sur global devastado. Paradójicamente la temida ‘crisis económica’, abre un horizonte postpandémico ‘verde’, que mediante un ‘ecoajuste global’, reinventa las economías depredadoras del norte, sacrificando las territorialidades del sur.  

Pensando en esos nortes y sures, nos preguntamos ¿Quiénes están llamadxs a realizar dichos ajustes? La respuesta es el saber técnico, que presupone una neutralidad ética y política, esa racionalidad a la que, hace unos días atrás, rezaba Gonzalo Blumel Mac-Iver, Ministro del Interior y Seguridad Pública del gobierno de Chile al señalar: “(…) la técnica sin la política es ciega, pero la política sin la técnica es ineficaz y puede terminar causando más mal que bien (…)[4]

En este sentido, el/la sujetx del Estado colonial-moderno patriarcal capitalista chileno no son ya lxs dirigentes de antaño que, encandiladxs por la prosa desarrollista, pretendían mediar la relación Estado/sociedad civil, sino que el/la tecnócrata que monopoliza el saber técnico, y se reproduce en los círculos elitistas de los denominados think tank(tanques de pensamiento) como la Corporación de Estudios para Latinoamérica (CIEPLAN), Chile 21, Libertad y Desarrollo, Fundación Avanza Chile, el Instituto Chileno de Administración Racional de Empresas (ICARE), el Centro de Estudios Públicos (CEP), el Centro de estudios Espacio Público, La Fundación para el Progreso, Evopoli y el Centro Signos Estudios e Investigación Social (de la Universidad de Los Andes), entre otros. 

El/la sujetx del Estado neoliberal –y por extensión de la sociedad neoliberal- son lxs tecnócratas, que encarnando un aura de expertis, reproducen la arquitectura del saber hegemónico. Eso explica que todos los ministros de hacienda de la ‘democracia pactada” en Chile, desde Alejandro Foxley Rioseco, pasando por Eduardo Aninat Ureta, Manuel Marfán Lewis, Andrés Velasco Brañes, Nicolás Eyzaguirre Guzmán, Alberto Arenas de Mesa, Rodrigo Valdés Pulido, Felipe Larraín Bascuñán hasta Ignacio Briones Rojas, han trabajado y han sido consultores, en algún momento de sus exitosas carreras, del Banco Mundial, el BID y/o. FMI. 

Además de compartir, como asesores y consultores sus ‘recetas de ajustes’ a otros países latinoamericanos, lo que explica la gran proliferación y extensión del neoliberalismo en la región. Lxs tecnócratas se mueven como anfibixs tanto en el mundo privado como público-estatal, pasan de un cargo en el Estado al gerenciamiento empresarial o a la consultoría de organismos internacionales, pues su saber técnico no tiene compromiso ético ni político y consecuentemente están disponibles para cualquier ‘reinvención’. 

Estos personajes de la tecnocracia chilena, son responsables de las reformas económicas que generaron la imagen de ‘Chile, país de la OCDE’, y la emergencia de la ‘nueva pobreza’ clasemediera, arribista y despolitizada, que logró mayores niveles de consumo, debido al acceso al crédito/endeudamiento; como se deduce de los informes de la Cámara de Comercio de Santiago, según la cual el 80% de los hogares en Chile posee un instrumento de crédito.

 La clase media se nos presenta, entonces, como una ficción más de la especulación financiera, ya que las condiciones materiales y, fundamentalmente, la redistribución de la riqueza no ha cambiado. En este contexto, reconocerse ‘clase media’ es sólo una proyección arribista de la realidad realmente existente. Por ejemplo: Quienes se endeudan para adquirir un automóvil, compiten en su poder adquisitivo con lxs iguales del barrio, pero no pueden competir con las divisas ni el poder acumulado de las familias Matte, Luksic, Angelini, Paulmann, etc. ni el poder de influencia de lxs tecnócratas estatales.  

Es así que quienes en la actual coyuntura política asumen la defensa de la ‘clase media’, no defienden unx sujetx históricamente situadx en la estructura de clases chilena, sino la valoración especulativa de la individualidad arribista parida por la sociedad neoliberal y que ha legitimado la doctrina económica de la tecnocracia chilena. Finalmente, lo que están defendiendo es la fe en su ascenso social, un sentirse ajenx a la pobreza, que creen haber dejado atrás, mientras el crédito les permite reproducir precariamente la vida sin acceso a las garantías del Estado ni a un patrimonio propio para progresar. 

Es ese grupo social, profundamente despolitizado y desconectado de los asuntos públicos, quien observa ansioso el espectáculo mediático en torno al retiro de las AFP (Administradoras de Fondos de Pensiones); usado como oportunidad política para rearmar los antagonismos partidistas, adelantar campañas electorales y ‘cambiar algo para que nada cambie’.

La penuria de la ‘crisis económica’ es una prosa que sutura y pacífica a los grupos explotados y subalternizados que podrían derrumbar la dominación empresarial y politizar debates invisibilizados por la tecnocracia chilena, como la disputa por la tierra, el agua, el trabajo, el crédito, el comercio, la justicia, etc. 

Al contrario, esta prosa habilita el empleo precario que ofertan los grupos económicos o familias ‘súper ricas’ como el único destino posible para continuar sosteniendo el endeudamiento perpetúo de aquella ficción especulativa llamada ‘clase media’, y la fe en las políticas del ‘chorreo’ de quienes aún no pueden ‘sentirse’ parte de ella. 

En este escenario, lo único que podríamos esperar es una ‘ofensiva extractivista’ gestionada por lxs ‘súper ricxs’, que hipoteque más territorios para pagar la ‘reactivación económica’ y la deuda contraída con los fondos financieros internacionales; y que paralelamente les signifique mayor acumulación de capital. Para lxs pobres de siempre, el tiempo postpandémico no oferta optimismo, ni la más mínima contemplación o ‘empatía’ del capital. Desde el FMI, el mensaje es claro “Gasten, gasten, gasten” hasta la última gota de vida que les queda.

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