La fetichización de la palabra: programa

Por Sergio Rodríguez Lascano 

En la producción el hombre se objetiviza a sí mismo,
y en la producción las cosas se subjetivizan a sí mismas”.
Carlos Marx.

En la historia del pensamiento de izquierda, el debate sobre la necesidad de un programa y el programa mismo han sido fuentes no sólo de fuertes discusiones sino también fuente de pérdida de energía humana.

¿Qué es un programa? ¿Era el Manifiesto Comunista un programa? ¿Cuál fue el programa del partido bolchevique? ¿Cuál el programa de la revolución rusa? ¿Cuál el programa de la revolución cubana? ¿La elaboración de un programa es una tarea de la vanguardia?

Parecería que se trata de una típica discusión metafísica.


Pero vayamos por partes:

El Manifiesto Comunista, desde mi muy personal punto de vista, fue eso: un manifiesto que sentó las bases de una forma de entender el mundo, las relaciones sociales, la composición de las clases, las diversas formas en que las ideas socialistas se manifestaban, y la construcción de una visión nueva que partía de un análisis científico de la realidad social.

No se trataba de un listado de consignas ni de una guía perfectamente establecida para la acción revolucionaria.

El Partido Obrero Social Demócrata Ruso, en 1903, discutió sobre la necesidad de un programa y sus miembros elaboraron un programa máximo y un programa mínimo.

El programa mínimo se hizo con base en la lucha contra la autocracia y el programa máximo se expresó en una serie de planteamientos de Lenin, en especial, los siguientes:

  • El reconocimiento del derecho a la autodeterminación de las naciones oprimidas por Rusia.
  • La condición de pertenecer a una organización del partido para ser considerado miembro de él.
  • La necesidad de construir un partido cuya organización interna se basara en el centralismo democrático, con militantes profesionales que garantizasen la homogeneidad ideológica y la capacidad de organización, cuyo programa revolucionario era que el proletariado conquistara el poder político (dictadura del proletariado), para llevar a cabo la revolución.
  • La lucha por la dictadura del proletariado como instrumento necesario de la revolución para avanzar hacia el socialismo.
  • La alianza de la clase obrera con el campesinado para derribar la autocracia rusa, llevar a término los objetivos democráticos de la revolución y enfrentar las vacilaciones y traiciones de la burguesía.
  • La liquidación de los latifundios terratenientes y la entrega de la tierra a los campesinos.

Como muchos saben, en ese Congreso se dio la división entre mencheviques y bolcheviques. Pero la división no se dio en torno a la parte del programa que tenía que ver con lo externo al partido, sino con relación a la propuesta organizativa sobre quiénes eran miembros del partido (que en la práctica tenía que ver con las bases sustanciales de lo que era la caracterización de la militancia).

Pero cuando llegó febrero de 1917, del programa —tanto el mínimo como el máximo— ya nadie se acordaba. Entonces, Lenin hizo un planteamiento que va a ser la base de la revolución rusa y que no era una elaboración ajena a las necesidades y sentimientos de la gente. Por el contrario, entró en concordancia con lo que la gente quería y por lo que estaba luchando: Paz, Pan y Tierra.

Veamos otro ejemplo más reciente: Cuando aparece el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, no tan sólo se da a conocer por la toma de siete cabeceras municipales del estado de Chiapas sino también porque plantea una serie de temas torales, que serían los que conformarían un programa. Las 11 demandas originales del EZLN fueron entendidas no como peticiones al Estado mexicano, sino como las bases sustanciales y fundamentales para reconstruir el país —que estaba a punto de ser reventado con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

Y lo fundamental de ese programa no sólo reside en la justeza de sus planteamientos sino en la forma en que fue elaborado.

No se trató de una obra de escritorio ni fue producto de una mente brillante, tampoco de un señor que ahora se define a sí mismo como señalizador de carreteras (Almeyra). Fue una creación de los pueblos zapatistas.

Ellos se lanzaron a una insurrección en una situación en la que cualquier analista sofisticado o simplón de la lucha de clases en el mundo (o un señalizador) habría opinado (si lo hubiera sabido con anterioridad) que se trataba de un error inmenso, que ni las condiciones objetivas ni las subjetivas estaban dadas. Que ya no había retaguardia estratégica de la revolución, después de que se había desmerengado la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Esa insurrección fue hecha por la parte fundamental de los pueblos indígenas mayas de Chiapas. Y ellos la decidieron a partir de elaborar (ellos) un programa que entraba en sintonía con toda la población, tanto nacional como mundial.

El programa en ese sentido fue una creación heroica de los pueblos indígenas.

Ahora que se le exige al EZLN que diga ya su programa para las elecciones de 2018 (¿), que explique a los demás lo que tienen que hacer, tiene importancia retomar esta experiencia.

Permítanme antes de pasar a esto, hacer un breve intervalo. Hace unos años, en 2006, cuando el difunto Subcomandante Insurgente Marcos llevaba a cabo un intercambio con muchos sectores de la población en los diversos estados del país —en lo que se conoció como “La Otra Campaña” —, lo que presenciamos fue un hecho trascendental:

Quienes asistían, por horas, contaban sus dolores y algunas veces lograban identificar a los causantes de los mismos. Esto era algo fundamental. Nunca antes nadie los había escuchado. Siempre habían sido citados para oír una conferencia o para participar pasivamente en un mitin. Era la primera vez que los invitaban a explicar lo que ellos, lo que ellas, sentían.

En una de esas ocasiones, un militante de esa organización que colgaba grandes gallardetes con las efigies de Marx, Engels, Lenin y Stalin, se me acercó y me dijo: “¡Carajo, ya estoy hasta la madre de oír lo mismo, ya sabemos que sufren, no es necesario escucharlos!”.

Atrás de estas palabras se ubicaba lo fundamental de una visión de construcción, organización y de conciencia. El compañero, creo yo, no entendía el aspecto más importante de lo que ahí estaba pasando: una persona común —no un militante político, ni un estudioso de Marx, Engels, Lenin o Stalin (ufff) — tenía el valor y la capacidad de hablar de su dolor y de identificar a su enemigo. Esos dos hechos representaban un tremendo paso hacia el frente en el camino de construir su liberación.

Estoy seguro que ese militante de izquierda pensaba: “eso yo ya lo sé, para que voy a perder el tiempo escuchando todo esto, yo les puedo decir cuáles son sus problemas”. Desde luego, para esa persona común el que alguien le diga cuáles son sus problemas no tiene el mismo valor ni el mismo significado que si ella misma lo dice y lo identifica.

Pues bien, aquí se encuentra uno de los rasgos distintivos del zapatismo, creo yo. Las y los zapatistas nunca les dicen a los demás lo que tienen que hacer, ell@s no son una vanguardia. Y a los demás eso les puede gustar o no, pero lo que me parece escandaloso es que, después de 23 años de existencia pública del EZLN, todavía se llamen a sorpresa.

Lo más increíble de todo es que muchos de los críticos del EZLN, sea que hablen de la necesidad de un programa máximo o de un programa mínimo o de un programa de transición, le exigen al zapatismo que lo escriba, que lo haga, “que deje de lado su autismo” (jajajaja).

La pregunta lógica que cualquier ser humano con tres dedos de frente se haría es la siguiente: Si ellos están convencidos de la importancia de ese programa, si ellos están convencidos que eso es indispensable para que la “masa” (así dicen varios de ellos) tome conciencia, ¿por qué no lo hacen ellos y dejan en paz al zapatismo?

¿Será porque son completamente marginales a la población que dicen que van a dirigir? ¿Será porque piensan que con ese “método” van a evidenciar el carácter traidor del EZLN? ¿Será porque tienen una idea profundamente despectiva de los sectores explotados y oprimidos?

Las “sesudas” explicaciones que hacen en sus reclamos al zapatismo tienen un punto débil: ¿Qué hacen ellos? Y si acaso están haciendo su trabajo, ¿para qué necesitan al EZLN? Más aún, ¿para qué lo necesitan como el convocante inicial de todo?

El asunto de fondo es que después de 23 años siguen sin entender nada del zapatismo (lo siento, pero así es). Y, claro, eso no es un pecado ni una tremenda falla “teórica”, siempre y cuando no le exijan cosas que están pensadas para que ellos las hagan pero, por misterios del destino, no las hacen.

El zapatismo y fundamentalmente el CNI están elaborando una propuesta para construir un Concejo Indígena de Gobierno. Creo yo que con el objetivo fundamental de platicar, es decir, escuchar y hablar, con la gente común del pueblo mexicano. Para esta tarea tan importante y trascendental no van a necesitar asesores, sabios o señaladores de carreteras.

No necesitan de intermediarios. Si los grupos de izquierda están interesados en este proceso, entonces con el amplio apoyo social que los caracteriza estarán presentes cuando hablen con esos sectores populares (si quieren). Pero, creo yo, no van a tener un trato especial.

Entonces, volviendo a lo del programa. Cuando se piensa que el programa que busca organizar a los de abajo debe ser elaborado por una persona (por ejemplo un señalador de carreteras) o por un grupo o por un frente de muchos grupos…, entonces lo que sucede es que el programa se fetichiza, cobra vida en sí mismo y baila frente a los ojos de los que supuestamente son sus destinatarios. El programa deja de ser una herramienta y se subjetiviza frente a los ojos sorprendidos de los receptores del mismo.

Y los “sujetos” a los que va destinado el programa se convierten en objetos pasivos que van a recibir la conciencia que viene del exterior.

Creo que esto no es un debate baladí. Se puede hablar de auto-organización, de autogestión, de autonomía, pero si se piensa que eso se va a construir a partir de lo que diga una organización, un grupo, o un individuo (por ejemplo un señalador de carreteras) pues entonces todo lo primero deja de ser verdad y se convierte en una mueca, o en un gesto, en un discurso para la galería.

El programa que requiere el pueblo mexicano será elaborado por el pueblo mexicano o será una caricatura de programa.

Y no porque lo que digan no pueda ser correcto. Hay grupos de izquierda y personas (entre otros el señalador de carreteras) que son como el reloj descompuesto, que dos veces al día dan la hora correcta.

Entonces, el EZLN tiene un acuerdo con el CNI sobre cómo construir una campaña completamente diferente a la de los partidos políticos y los grupos de izquierda. Tienen sus tiempos y sus geografías. Que si eso significa que sólo se van a quedar entre el EZLN y el CNI, pues yo creo que no, ellos lo han dicho claramente, sólo que no se quiere leer bien.

¿Cuándo lo van a hacer? Cuando ellos lo decidan.

Yo sé que muchos militantes de esos grupos de izquierda están pensando en este momento: ¿Pero qué tal que ya no hay país? No, sí va a haber. Y la propuesta, creo yo, consiste en reconstruirlo desde  sus cimientos con el objetivo de edificar la otra casa, donde no haya arriba ni abajo; donde no haya ni explotados ni explotadores, donde no haya ni saqueadores ni despojados, ni desprecio, racismo y sexismo; donde la liberación del pueblo sea obra del pueblo mismo y no de salvadores, dioses o cesares (¿les suena?).

Y entonces el programa será producto de la autogeneración del sujeto y será únicamente una herramienta para avanzar en la organización. Es decir, ya no les será ajeno a sus destinatarios. Porque no habrá destinatarios.

Fuente: Zapateando

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